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ÁNGEL DEL VALLE NIETO  ANAL. REAL ACAD. NAC. FARM.

      Barcelona, la Cabeza Encantada, las galeras, la morisca hija de Rico-
te, el amigo de Sancho, quedan en el pasar de las páginas hasta llegar a la
aventura que más pesadumbre dio a Don Quijote de cuantas hasta enton-
ces le habían sucedido: su encuentro, batalla y derrota ante el Caballero de
la Blanca Luna, quedando viva en su entereza la fama de la hermosura de
la señora Dulcinea del Toboso y Don Quijote obligado a retirarse a su
lugar un año, o hasta el tiempo que por el de la Blanca Luna fuera man-
dado (P. II: Cap. LXIIII).

      Seis días estuvo Don Quijote en el lecho, marrido (*), triste, pensa-
tivo y mal acondicionado (P. II: Cap. LXV), consolándole Sancho y ani-
mándole a reincorporase a su vida de relación con los demás. De una de
estas pláticas extraemos una frase muy ilustrativa para nuestra profesión:
que, como él vee que todo el cuerpo está podrido, usa con él antes que del
cauterio (*) que abrasa del ungüento que modifica (P. II: Cap. LXV) y
que, aunque referida a otro orden de cosas, no por ello deja de ser indicati-
va del tremendo destrozo del cauterio frente a la suave acción del ungüen-
to sobre los tejidos.

      Salieron de Barcelona, lugar de su derrota, donde cayó mi ventura
para jamás levantarse (P. II: LXVI), reencontraron a Tosilos, el lacayo del
Duque, y Don Quijote toma la determinación de hacerse pastor mientras
dure el año de su promesa. Paralelamente a todo ello, continúa suplicando
a Sancho que se discipline para desencantar a Dulcinea y que lo haga con
la misma firmeza que ponía en recordarle que cumpliese la promesa hecha
sobre la ínsula y, tras encontrarse con gente armada sin la que pudiera lu-
char debido a la promesa que ataba sus brazos y su valor, llegan al patio
principal del castillo de los Duques donde se encontraron con el cuerpo
muerto de Altisidora sobre un túmulo (P. II: Cap. LXIX). Para resucitarla,
las dueñas establecen para Sancho unas ciertas y alevosas penas a las que
en principio se opone, pero que termina aceptando, condescendiente y
persuadido. Tras la mamona, la primera de las dueñas le hizo una gran
reverencia, lo que exasperó sobremanera a Sancho:

      - Menos cortesía; menos mudas señora dueña, que por Dios que
traéis las manos oliendo a vinagrillo (*) (22) (P. II: Cap. LXIX).

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