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ÁNGEL DEL VALLE NIETO  ANAL. REAL ACAD. NAC. FARM.

heridas tan frecuentes en aquellos tiempos. ¿O lo encargarían a la botica
más próxima? Es de suponer que no, que lo tendrían en el botiquín fami-
liar y lo repondrían de la botica según lo fueran gastando. (El Duque, por
su parte, para evitar desabastecimientos de tan preciado remedio, estaba a
la expectativa de una más que rumoreada y posible liberalización del sec-
tor, para establecer una botica en su Castillo...).

      Por su precio fue excluido de los formularios magistrales amparados
por el Sistema Imperial Hispánico Salutífero de aquel entonces, a pesar de
lo cuál se ha seguido registrando en diversas ediciones más o menos re-
cientes de la Farmacopea Española. En la actualidad, pero no hemos podi-
do confirmarlo, parece ser que va a pasar a E. F. P. con el agresivo nombre
de “Aparicio, un aceite para Europa”...

      Se prosigue haciéndonos ver cómo se portaba Sancho en su gobierno
y de qué manera le defraudaba el no poder tomar los alimentos que en su
gobernadora mesa le presentaban dada la intransigencia del médico, un
galeno que desconfía totalmente del buen hacer boticario (en verdad, en
muchas ocasiones, no era tan bueno) al decir que es porque siempre y a
doquiera y de quienquiera son más estimadas las medicinas simples que
las compuestas, porque en las simples no se puede errar, y en las com-
puestas sí, alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas (P.
II: Cap. XLVII).

      Pero no nos demos por aludidos y escuchemos de sus labios el con-
sejo dietético que da a Sancho Panza al recomendarle que comiera, no la
olla podrida por la que suspiraba continuamente, sino unas tajadicas subti-
les de carne de membrillo que le asientan el estómago y le ayudan a la
digestión (P. II: Cap. XLVII). (Recomendación ésta que no ha perdido ni
actualidad ni eficacia).

      Una severísima alusión a lo contraindicado del uso de los purgantes
en el embarazo, me la mató un mal médico, que la purgó estando preñada,
(P. II: Cap. XLVII), escuchamos de boca del Labrador, para encontrarnos
a Don Quijote, páginas más adelante, vendado el rostro y curado de las
gatescas heridas, de las cuales no sanó en ocho días, (P. II: Cap. XLVIII)
pese al cuidado con que Altisidora trataba sus heridas y a las excelencias
curativas del aceite de Aparicio.

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