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VOL. 68 (4), BOTICA Y FARMACIA EN EL QUIJOTE
-La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los
hombres dieron los cielos (P. II: Cap. LVIII), exclama Don Quijote cuan-
do se vio en la campaña rasa y con renovado espíritu por abandonar la
molicie castellana.
Sancho le hace ver que deben agradecimiento al mayordomo del
Duque que les dio doscientos escudos de oro bien guardados en una bolsi-
lla que llevo puesta sobre el corazón, como píctima (*) y confortativo (*).
(P. II.: Cap. LVIII).
(Parece como si estuviésemos hablando de los parches transdérmi-
cos . ¡La tecnología más avanzada y la vía de administración de medica-
mentos más novedosa, en las páginas del Quijote! ¡Quién lo iba a decir!
¿Qué más da que se la nombre como píctima?...Por cierto, qué esdrújula
más fina, parece una garcilla. Pero, en fin, sigue sin aparecer Cidi Hamete
Boticaril y no nos atrevemos a asegurar nada sin el respaldo de su autori-
dad.)
Muchos sucesos y aventuras pasaron Don Quijote y Sancho hasta
dar, camino de Barcelona, con Roque Guitart, un bandolero de inquieto y
sobresaltado vivir y de natural compasivo y bien intencionado, que anhela
salir del laberinto de sus confusiones, si Dios es servido, y llegar a puerto
seguro. Al respecto, Don Quijote le respondió con una frase relativa a la
enfermedad y sanación del cuerpo, perfectamente aplicable a la del alma:
- Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enferme-
dad y en querer tomar el enfermo las medicinas que el médico ordena:
vuesa merced está enfermo, conoce su dolencia, y el cielo, o Dios, por
mejor decir, que es nuestro médico, le aplicará medicinas que le sanen (P.
II: Cap. LX). Frase maravillosa y riquísima que encierra en sí misma los
pilares de la terapéutica: diagnóstico y tratamiento, haciendo de Dios mé-
dico de nuestras dolencias espirituales.
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Por caminos desusados partieron Roque, Don Quijote y Sancho con
otros seis escuderos a Barcelona, llegando a su playa la víspera de San
Juan por la noche, aunque no tardó mucho en descubrirse por los balcones
del Oriente la faz de la blanca aurora (P. II: Cap. LXI).
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