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VOL. 68 (4), BOTICA Y FARMACIA EN EL QUIJOTE
De sus penas y cuitas le tranquilizaron el consuelo y las promesas de
Don Quijote, el cual encontraba en aquellos parajes de soledades y aspere-
zas el acomodo ideal para las aventuras que buscaba.
Y feliz ventura es la nuestra al encontrarnos estos dos versos finales
del soneto que halla nuestro señor en un libro, allí, en Sierra Morena:
<<que el mal de quien la causa no se sabe / milagro es acertar la medici-
na>> (P. I: Cap. XXIII), versos que traemos aquí por encerrar en ellos la
palabra medicina, tan entrañablemente boticaria y, también, aunque se
escape de la primigenia intención de este trabajo, porque en ellos se resalta
la verdadera y profunda dificultad del acto médico: el diagnóstico, cabeza
que hace al brazo confeccionar la medicina acertada.
Discurre por entre peñas y brezales la historia serrana de Cardenio y
Luscinda, mientras Sancho cuenta y recuenta los escudos hallados, que le
hacen olvidar palos, manteos, sustos y hasta el vomitar del brebaje y Don
Quijote, oída la historia de los amantes, imita la penitencia de Beltenebros
buscando con ello hacer una hazaña con que he de ganar perpetuo nom-
bre y fama en todo el descubierto de la tierra, dando a entender a mi da-
ma con mis lloros, penitencias y sentimientos, que si en seco hago esto,
¿qué hiciera en mojado? (P. I: Cap. XXV).
Y, en prevención del daño que se pensaba hacer dándose calabazadas
por las peñas en nombre de Dulcinea, le dice a Sancho que será necesario
que me dejes algunas hilas para curarme, pues la ventura quiso que nos
faltase el bálsamo que perdimos. Lo que así hizo Sancho, poniendo de
manifiesto, una vez más, la utilidad de que los escuderos fueran preveni-
dos de ungüentos y material de cura para aliviar a sus caballeros con sus
bien provistos botiquines de viaje, digo arquetas, digo alforjas, y que lle-
vaban hasta los más agrestes lugares los vehículos andantes que eran los
rucios.
Llegando a este punto se dispusieron a escribir a su señora Doña
Dulcinea, la que merece ser señora de todo el Universo y a la que Sancho
conoce y dice desear vella que ha muchos días que no la veo y debe de
estar ya trocada: porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siem-
pre al campo, al sol y al aire (P. I: Cap. XXV). ¡Qué delicadeza para ex-
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