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VOL. 68 (4), BOTICA Y FARMACIA EN EL QUIJOTE
VI. Diálogos en la Botica. Fitofarmacia. Dermofarmacia.
De cosas de Dermofarmacia y Fitofarmacia que dice y escribe Boti-
caril, que las sabrá quien las leyere, si las lee con atención.
En efecto, en una de las pláticas de Lotario y Anselmo, éste dice a su
amigo: -Has de considerar que yo padezco la enfermedad que suelen tener
algunas mujeres que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas
peores, aunque asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse (P. I.:
Cap. XXXIIII). Cabe destacar, al respecto, pero no como síntoma de en-
fermedad, que solían comer búcaros (*) (13), pues creían que así amorti-
guaban el color de sus rostros, en busca de empalidecerlos según los cáno-
nes de belleza al uso. Es decir, seguían un tratamiento dermofarmacéu-
tico por vía oral, aunque no como ahora que se toma en forma de cápsu-
las y, precisamente, para todo lo contrario. (¡Mudables modas; sólo la be-
lleza permanece!, exclamemos con Sexquisixto de Grecia).
Tras el hallazgo de salud en la enfermedad encerrado en unas estro-
fas de Lotario, alcanzamos, sin salirnos de la novela incluida en el relato, a
Leonela que lava con un poco de vino la herida (P. I: Cap. XXXV) de
Camila, su señora, destacando una vez más la doméstica acción antisépti-
ca del vino, tan usado en aquel entonces como el mercurocromo en la
actualidad.
Prosigue don Miguel relatando historias y aventuras siempre basadas
en la documentación e información que le brinda su Cidi Hamete, mientras
el nuestro camina lentamente escudriñando cada palabra y cada frase en su
incansable búsqueda de aquellas que nos puedan acercar a la botica hasta
encontrarse con que Don Quijote, en la cumbre del talante caballeresco,
ofrece a Maritornes darla lo que le pidiese, bien fuera una guedeja de los
cabellos de Medusa, que eran todos culebras, o ya los mesmos rayos de
sol, encerrados en una redoma, (P. I.: Cap. XLIII) tantas veces citada y en
esta ocasión, convertida en recipiente poético-boticario.
Asimismo, el insigne autor nos llevará a alcanzar las alteradas dis-
quisiciones entre Don Quijote y el Canónigo cuando nuestro caballero le
contesta enardecido sobre la veracidad y la bondad de los Libros de Caba-
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