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JUAN-RAMÓN LACADENA CALERO  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

con posterioridad el propio Capecchi (5). Curiosamente, casi simul-
táneamente, Martin Evans solicitaba en Inglaterra al UK Medical
Research Council subvención para un proyecto similar que también
fue denegado por ser excesivamente ambicioso. Me pregunto si los
correspondientes revisores no se habrán sonrojado por su desacier-
to, aunque sea en la intimidad. Hay que recordar que, en el anecdo-
tario científico, estas situaciones han ocurrido muchas veces.

    Afortunadamente, Capecchi no cejó en su empeño y obtuvo célu-
las mutantes susceptibles a la neomicina, siendo capaz de reparar tal
deficiencia introduciendo el gen funcional normal neor con una alta
frecuencia (1 por 1.000 células inyectadas), abriendo la posibilidad
de que la recombinación homóloga pudiera ser utilizada para mani-
pular genes del genoma de mamíferos (6).

    Por su parte, también Oliver Smithies creía que podía utilizarse la
recombinación homóloga para reparar genes mutados; es decir, una
especie de «cirugía génica» que permite eliminar un gen defectuoso
sustituyéndolo por otro sano. El primer paso lo dio Smithies ya en
1962 cuando propuso que una variante alélica del gen de la haptoglo-
bina humana se había producido en la evolución por fenómenos de
recombinación homóloga (7). Más tarde demostró que los genes Gg y
Ag de la hemoglobina fetal humana se habían originado a través de
mecanismos de recombinación homóloga (8). Un paso adelante defi-
nitivo lo dio el grupo de Smithies al desarrollar un método que permi-
tía recuperar por selección en el cultivo celular humano las células que
habían sido genéticamente modificadas por recombinación homólo-
ga de un plásmido en el gen de la ß-globina (9).

    La etapa siguiente hacia la nueva tecnología knockout surgió de
la pregunta siguiente: ¿podría utilizarse la recombinación homóloga
para modificar genes específicos en la línea germinal de manera que
pudieran obtenerse animales genéticamente modificados? En otras
palabras, ¿podrían utilizarse las células troncales embrionarias plu-
ripotentes de ratón que Martin J. Evans había descubierto y cultiva-
do en 1981 en colaboración con el embriólogo Matt Kaufman (10)?
En este trabajo seminal, Evans y Kaufman señalaban ya que el uso
de las células troncales pluripotentes embrionarias (ES) como ve-
hículo para transferir alelos mutantes al genoma del ratón tendría
grandes ventajas y tres años más tarde, en otro trabajo fundamental,

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