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AGUSTÍN GARCÍA ASUERO  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

                                           BROMO

    El bromo, como el cloro y el iodo, es un elemento universalmente
repartido, que se encuentra en algunas minas de plata, en plantas y
animales marinos, en las aguas del Mar Muerto, y en numerosas aguas
minerales cuya presencia explica sus propiedades curativas (18). Fue
descubierto en 1826 por Antoine-Jerome Balard, un joven estudiante
de Farmacia en la Facultad de Ciencias de Montpellier (19). Balard,
procedente de una familia vinatera modesta de Languedoc, a la edad
de veintitrés años, observó investigando el contenido de iodo en sal-
mueras y algas, que tratando una disolución de cenizas de Mucus, con
cloro acuoso y almidón aparecen dos zonas (2, 4, 10), una inferior de
color azul, que indica la presencia de iodo, y otra superior de un in-
tenso color amarillo-naranja. El mismo color aparecía cuando se tra-
taban aguas de marismas con cloro acuoso; el matiz era más intenso
conforme más concentrada era la salmuera y la aparición del color
venía siempre acompañada de un olor particular.

    Balard procedió a separar la fuente del color obteniendo por
destilación y secado de este fluido amarillo una sustancia líquida de
un bello color rojo oscuro, pero fuertemente maloliente, y procedió
a estudiar sus propiedades, llegando a la convicción de que había
descubierto un nuevo elemento, que con el consejo de Joseph Angla-
da, su mentor, nombró en primera instancia muride (del latin muria,
salmuera; en griego, almuris, almuridos) dada su procedencia (19).
El hecho de ser el segundo elemento líquido a temperatura ambien-
te, aunque no metálico, añadía interés a su descubrimiento.

    Varios años antes, una firma alemana había pedido a Liebig que
examinara el contenido de una botella, y concluyó, sin haber reali-
zado un estudio a fondo, que se trataba de cloruro de iodo. Cuando
se enteró del descubrimiento del bromo reconoció su error inmedia-
tamente y colocó la botella en una caja especial que denominó su
«armario de los errores», anécdota contada a M. Schultzenberger
por Stas, que la tomó directamente de Liebig (2, 11, 18, 20).

    Balard presentó sus resultados a la Academia de Ciencias en for-
ma de memoria titulada «Sobre una sustancia particular contenida en
el agua de mar» (4), publicándose en los Annales de Chimie et de
Physique, en 1826. Dumas, secretario perpetuo de la Academia, hizo
hincapié en que el nuevo elemento había sido descubierto en provin-

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