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MANUEL DOMÍNGUEZ CARMONA  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

dizaje, recibido en Uppsala, del Profesor Swedberg, entonces doctor
jubilar, título ligado a una antigua tradición sueca, premio Nobel de
Química de 1926, siendo director de esta casa el profesor Montequi.
Su asistencia y colaboración fue constante, sólo interrumpida por su
etapa compostelana al ganar la Cátedra de Físico-Química y Técnica-
Física de la Facultad de Farmacia de Santiago en donde, como nos ha
recordado el Profesor Miñones, desarrolló una importante labor de la
que destaco, porque lo fue en la consideración del Doctor Sanz Pedre-
ro, la creación y puesta en funcionamiento de la Escuela Profesio-
nal de Óptica Oftálmica y Acústica Audiométrica, que es modélica de
este tipo de enseñanzas, que sigue siendo hoy día una institución
de la que la Universidad compostelana se siente orgullosa. Probable-
mente este mérito, junto con otros, fue determinante para que el Con-
sejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos de España con-
cediera al Profesor Sanz su medalla de oro. Fue Decano de la Facultad
de Farmacia de Santiago de Compostela y de inmediato Rector de
aquella Universidad en unos difíciles tiempos de la transición política
en la que desarrolló una fecunda tarea.

    En 1983 le cupo el honor y el orgullo de ser nombrado Académi-
co de número de esta Real Academia, siendo Director el Profesor
Santos Ruiz, maestro suyo. Su discurso titulado «Nuevas técnicas
polarográficas» es un verdadero tratado científico de esta técnica de
investigación para cuantificar y sobre todo para indagar las propie-
dades de las moléculas, tema elegido para honrar la memoria de su
principal maestro, el Profesor Portillo. Cada vez que vengo a la Aca-
demia recuerdo, al pasar delante del bar de la esquina, la alegría con
la que celebramos un grupo de íntimos el ingreso del nuevo Acadé-
mico y la calidad de su discurso. Desde esa fecha, su asistencia fue
constante, acudía los jueves con el Profesor Vían, al que le unía una
gran amistad, grupo al que más tarde se amplió con otro compañero
de viaje, el Profesor Gaspar González. Su participación en las acti-
vidades académicas fue entusiasta, a las que siguió asistiendo casi
hasta el final. Aquí en la Academia, el Profesor San Pedrero pudo
continuar su relación con otros inolvidables profesores procedentes
de la Universidad compostelana; sería interesante saber porqué ra-
zón, y puedo asegurar que no se trataba de ningún tipo de presión,
esa concentración de profesores compostelanos, entre los Académi-
cos de número de los que desde que soy Académico recuerdo a vuela

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