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VOL. 71 (1), 175-205, 2005 ANÁLISIS RETROSPECTIVO DE LAS NORMAS ÉTICAS Y...
las clases populares encontramos también a los Mitmaq, que eran
grupos de población trasladados por el Inca a poblar otras regiones,
aunque no perdían contacto con sus grupos de origen. Finalmente se
encontraban los yanas, que eran personas extraídas de sus ayllus que
se convertían en sirvientes de alguna personalidad o autoridad.
La divinidad más importante fue el Sol o Inti, que recibía un
culto oficial en todo el Tahuantinsuyo.
Durante la expansión de su imperio, los conquistadores incas
encontraron en la región, antes llamada Charazani (actualmente
provincia Bautista Saavedra del departamento de La Paz) hombres
diestros en medicina, astrología, magia y ocultismo: los Kallawayas.
Impresionados por las curas que realizaban y con la sabiduría
que demostraban en sus prácticas místicas y misteriosas, los lleva-
ron al Cuzco, la capital del Imperio.
Los curanderos Kallawayas —nombre que en quechua quiere
decir «hombre que anda cargando al hombro su saco con hierbas,
raíces, pomadas y ungüentos medicinales»— eran —lo son todavía
porque persisten, si bien en menor escala en su papel de curande-
ros— empedernidos andariegos, herbolarios itinerantes que en su
afán de prodigar su «ciencia» y comercio, recorrían todo el conti-
nente americano y pasaban audazmente hasta Europa. Su misma
indumentaria era única, del todo extraña a la de los demás vecinos
y pueblos visitados; con la infaltable huaya (lío, bolsa) multicolor,
colgada del hombro y pletórica de amuletos, hierbas desecadas, pie-
dras y menjurjes de toda especie, cuidadosamente clasificados para
los distintos fines terapéuticos.
A la vez que «médicos», los Kallawayas eran consejeros, filósofos,
defensores del desgraciado, conciliadores en las reyertas de hogar,
adivinos y, sobre todo, comerciantes andariegos de extraordinaria
resistencia; organizaban su comercio con medicamentos en sus pues-
tos de venta o Jampicatus, que pueden considerarse como las prime-
ras boticas. Sus caminatas duraban dos, tres y más años y no tenían
horizontes limitados. Al cabo de ese tiempo regresaban al seno de su
familia, con la más grande indiferencia sobre las novedades que
pudieron ocurrir, así sean trágicas, durante su ausencia. Tenían un
poder de asimilación admirable y cada viaje era una experiencia y
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