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S. JIMÉNEZ  ANAL. REAL ACAD. NAL. FARM.

        Para Liebig, sin embargo, la cuestión no tenía duda: las plantas
tomaban del suelo sales minerales que, después, había que reponer para
mantener la fertilidad. “Llegará un día -decía Liebig- en que según las clases
de plantas de que se trate, se añadirá a los campos la cantidad que necesiten
de sustancias minerales y estos abonos se producirán en grandes fábricas”. El
siglo XX ha sido testigo de la certeza de esta afirmación y también de los
abusos a que se ha sometido su aplicación, hasta el extremo de llegar a
cuestionarse por su impacto contaminante.

        Pero Liebig no sólo supo que las plantas necesitaban nutrientes, sino
que sus requerimientos eran distintos, cualitativa y cuantitativamente, según
la clase, a pesar de que entonces no pudiera precisarse ni el qué ni el cuánto.
Estos hechos fueron avances importantes de la Química Agrícola, que tenían
el valor de ser el resultado de aplicar el método científico a la interpretación y
conocimiento de la nutrición vegetal, hasta entonces sumergida en el
empirismo.

        El progresivo conocimiento de los ciclos biogeoquímicos que
participan en la nutrición vegetal, ha hecho del suelo algo más que un simple
soporte. En varias ocasiones, personalmente, lo he definido como un reactor
físico-químico y biológico, supuesto que es el lugar de confluencia y
eliminación de residuos. En el suelo -decía el Prof. Albareda y completó más
tarde otro cualificado Académico de esta Casa, el Prof Carpena-, se verifica
el retorno de lo biológico a lo geológico hasta quedar en situación de
reiniciarse el ciclo a lo biológico. Situación perfecta si no fuera porque sólo
una parte del fotosintato de la planta se mantiene allí donde se genera; el
resto se exporta para el consumo, lo que supone una pérdida de nutrientes
que hay que reponer.

        Esta pérdida es cada día mayor, merced a que determinadas mejoras
genéticas, que casi siempre tienen su origen en causas económicas, como es
el consumo de agua, han dado lugar a que el fotosintato útil de una planta, es
decir el que se consume y exporta, haya aumentado considerablemente
respecto del peso total de la misma; en los casos del arroz, trigo y maíz, la
proporción de fotosintato útil puede alcanzar ya hasta el 50%.

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