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VOL. 68 (4),  BOTICA Y FARMACIA EN EL QUIJOTE

      Y, eso sí, sabedor de la bondad de su obra y confiando plenamente
en ella, se bebió lo que no cupo en la alcuza (poco más de un litro). Pero
en lugar de ver curadas sus heridas, se puso a vomitar de manera que no
le quedó cosa en el estómago, viniéndole un sudor copiosísimo que le
obligó a acostarse y, al cabo, dormirse, levantándose aliviadísimo del
cuerpo y en tal manera de su quebrantamiento que se tuvo por sano, y
verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás y
que con aquel remedio podía acometer, desde allí en adelante, sin temor
alguno, cualesquiera ruinas, batallas y pendencias, por peligrosas que
fuesen. (P. I: Cap. XVII).

      No tuvo igual fortuna Sancho, cuyo estómago, al no ser el de un ar-
mado caballero, no reaccionó como el de Don Quijote (ya se lo había ad-
vertido éste) y, tras tomar parte del líquido que quedaba en la olla, le die-
ron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pen-
só bien y verdaderamente que era llegada su ultimísima hora. (P. I: Cap.
XVII).

      (Es de agradecer a don Miguel de Cervantes que, pese a lo ocupado
que le tenían las aventuras de su héroe, se entretuviese en relatar con tanto
detalle la selección de simples, la relación de útiles y enseres y la cuidada
descripción de las reacciones medicamentosas, favorables en Don Quijo-
te e indeseables en Sancho, poniendo de manifiesto la sagacidad del autor
al observar que el empleo de medicamentos debe ser subjetivo con respec-
to al paciente y nunca indiscriminado. ¡Impagables páginas boticarias, y
así las destaca en sus glosas C. H. Boticaril, que iluminan la ciencia far-
macéutica de su siglo y aun de los venideros...!

      Manteado Sancho por los compañeros del sandio y mal hostelero,
ofrecióle Don Quijote tomar de su alcuza el bálsamo que le quedaba, lo
que rehusó a fuer de no ser armado caballero, con palabras, eso sí, bien
armadas de ironía. Y requirió a Maritornes que le trujese vino pues, a su
entender, su acción salutífera era infinitamente superior a la del licor del
malhadado Blas, sobre todo si de vino manchego se trataba, como era la
ocasión.

      En razones y descansos pasaron Sancho y su señor las jornadas si-
guientes hasta dar, entre coloquio y coloquio, con una espesa polvareda

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