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ÁNGEL DEL VALLE NIETO  ANAL. REAL ACAD. NAC. FARM.

tenido profesional: Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un
par de bizmas se curan, aún no tan malo; pero voy viendo que no han de
bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas a buen término
(P. I: Cap. XV), en la que resulta clara y notoria la alusión a la Farmacia
Hospitalaria y así la recogemos.

      Sin dejar de hablar, replicar y contrarreplicar, alcanzaron una Venta
que Don Quijote, ¡faltaría más!, imaginó Castillo. En ella, la caritativa
mujer del Ventero, y su no fea hija, curaron a los huéspedes emplastando
a Don Quijote de la cabeza a los pies (P. I: Cap. XVI), mientras que San-
cho suplicaba porque sobraran algunas estopas (*) para sus doloridos lo-
mos, tanto que, una vez acostado, no consentía en su sueño el dolor de sus
costillas, mientras que Don Quijote, en plena defensa frente a los que él
suponía ataques amorosos de la hija del Ventero, se sentó en la cama a
pesar de sus bizmas, lo que hace pensar en la rigidez de éstas y, sobre to-
do, en que estaba totalmente emplastado, lo que nos da idea del apalea-
miento a que le sometieron los yangüeses. Rigidez “emplástica” (con per-
dón) de la que se vuelve a hablar a través de los innumerables trabajos que
pasaron en la aventura, particularmente rica en mamporros, porrazos y
molimientos, al decir que Don Quijote se estaba boca arriba sin poderse
menear, de puro molido y emplastado. (P. I: Cap. XVI).

      Quejosos caballero y escudero y aquél descalabrado de un candilazo,
ordenó a Sancho que buscase al alcaide de la fortaleza y que le pidiese un
poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo y curar
de sus heridas. (Observemos la relación de simples (*), aceite, vino, sal y
romero, necesarios para confeccionar un preparado compuesto; en este
caso, el bálsamo).

      Y, allí mismo, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto
mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció
que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echarlo, y como
no la hubo en la Venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitero de
hoja de lata y luego dijo más de ochenta paternostres y otras tantas ave-
marías, salves y credos acompañando a cada palabra una cruz a modo de
bendición (P. I: Cap. XVII), con lo cual, al empirismo del cocimiento aña-
dió la superstición de la rutina de los rezos, aunque él no fuera consciente
de ello.

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