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ÁNGEL DEL VALLE NIETO ANAL. REAL ACAD. NAC. FARM.
tónico aperitivo o, como es el caso, como “engañabobos”, nunca compa-
rable con el aporte calórico de las alforjas y de la bota de Sancho.
Tornaron a su comenzado camino hacia Puerto Lápice, toparon con
frailes de la Orden de San Benito y afrontaron la más famosa aventura que
se haya visto, enfrentándose a gente endiablada y descomunal y, en parti-
cular, al vizcaíno, al que castigó su sandez y atrevimiento como queda
escrito en el original de esta historia, lo que permitió a Sancho requerirle
de nuevo el gobierno de la ínsula. Y, así, entre petición y promesa, al trote
de Rocinante y al sofoco del rucio, llegaron a un bosque que por allí justo
estaba. En la tranquilidad de la escena, Sancho rogó a su amo que se cura-
ra de la herida que le había ocasionado el vizcaíno, pues se le va mucha
sangre de esa oreja.
-Aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco (6) en las alforjas.
(P. I: Cap. X)
(Aunque olvidadas de referir por el autor, lo cierto es que no dejaron
de poner en práctica las recomendaciones del Ventero y, así y ahora, ve-
mos provistas las alforjas de Sancho con material de cura y con el ungüen-
to blanco, aunque en nada se parecieran a los ungüentarios de alabastro
recomendados para su conservación.)
Y es en este momento cuando la emoción profesional de Cidi Hame-
te Boticaril asciende a sus más altos niveles al encontrarse ante el primer
preparado boticario que aparece en el relato de las aventuras del hidalgo
manchego. Tal es así, que en lo más recóndito de su rebotica, llegó a com-
poner este tímido romancillo:
De muy blanco albayalde
recibes tu color;
del aceite rosado,
el aroma de flor.
Con la cera de abejas
se te confeccionó.
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