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someternos, aunque, esto sí, sabedores de que la ciencia nos seguirá aportando verdad, construyendo conocimiento.

    La razón es prioritariamente personal, es sobre todo ejercicio, es conocimiento adquirible, establecido y repetido. Sí, es
ejercicio; se ejercita. No es propiamente objetiva, común, general, ni tampoco pretende(ría) serlo. Tres adjetivos utilizo con
frecuencia a la hora de tratar de este ámbito. Con sólo sus respectivas denominaciones se comprenden los tan dispares usos
a que da lugar, por ejemplo: racionalidad teológica, racionalidad científica, ... e incluso la siempre dispersa e incluso
antagónica a la que nos tiene acostumbrados la racionalidad jurídica, ...

    La razón cientifizada es la suma filosofía, es, por una parte, la Filosofía de la Naturaleza, es Aristóteles, es Newton,
es Maxwell; y por otra, la filosofía como método, es Descartes, es Kant, es Husserl, es Bunge.

    La razón religiosa es teología, la ciencia de la reflexión sobre Dios, acerca de lo sobrenatural, el camino hacia la
trascendencia, el pensamiento en el más allá espacio-temporal.

    La fe es ámbito de las creencias, en el que se depositan unos creeres -pensares asumidos-, de amplio espectro, aunque
en el lenguaje ordinario el término 'creyente' se identifique con la pertenencia a un credo religioso.

    La fe científica se presenta tanto como creencia en la ciencia adquirida como en la esperanza en la ciencia por venir
tras el esfuerzo humano continuado en la búsqueda de conocimiento cierto.

    La fe racionalizada, de diferentes maneras y con distintos credos o contenidos, se formaliza usualmente en los
denominados, en el ámbito occidental, Catecismos y Confesiones.

    Pero si la conceptualización de estos tres términos lingüísticos -ciencia, razón y fe- en su condición de sustantivos es
posible, la separación de los mismos en cuanto notas definidoras de una persona, a la hora de caracterizar su identidad
personal, no lo es tanto. La persona es ante todo unitariedad y tras ella, y ella misma, se expresa mediante las notas
estructurales. Todos, de diferentes maneras, somos simultáneamente científicos, racionales y creyentes.

    Hemos oído glosar la figura de don Román de Vicente, la del amigo, la del académico, la del investigador. Aquí nos
referimos directamente a los términos que estoy utilizando: ciencia, razón, fe. Verdad (casi) objetiva sólo es posible en la
ciencia, pero la vida de un humano precisa y exige de los tres ámbitos.

    La identidad personal de Román de Vicente se manifiesta, sobre todo y ante todo, como hombre de fe, de
convicciones, de creencias. Éstas, con sustratos en la ciencia y por vía de la razón, se muestran firmes en la memoria y
ancladas en la voluntad. En él, de ordinario, no deambulaban con las dudas propias del quehacer intelectual que está con
harta frecuencia dedicado a la búsqueda y no regodeándose en lo ya encontrado, lo establecido que usualmente satisface.

    La nota de fe adquirió un valor superior en Román. Inundó su hacer y su pensar en ciencia, donde demostró, en actitud
de creyente, sus 'descubrimientos' fueran o no propiamente adquiridos con metodología tradicional científica o por personal
racionalidad.

    Su fe era excelsa, sublime, excesivamente grande, en contraste con un mundo actual caracterizado bien por el dominio
de la increencia, bien por el del relativismo -en consonancia con el cientifismo y el racionalismo-, significado mediante la
expresión "todo vale".

    La vivencia -la convivencia- con un hombre de fe, firme, inflexible, es de ordinario difícil. Pero, sin duda, enriquece,
a todos los del alrededor.

    Román, creyente, sí, en la fe cristiana católica apostólica romana.

    Román, creyente en sí mismo. ¡Y con qué firmeza! ¡Con qué seguridad!

    Román, creyente también en 'su' ciencia, la mixtura observación-construcción personal, con el valor y la dificultad de
'hacer la suya' -su ciencia- y, a la vez, de 'hacerla suya'.

    En nuestra Real Academia Nacional de Farmacia debemos señalar que el Dr. Román de Vicente fue creyente en sus
observaciones, creyente en su razonar, creyente en su obra científica. Pero también que fue creyente en su Dios, y creyente
en sí mismo. Así era, y se manifestaba, feliz, seguro, en posesión de la verdad, de las respectivas verdades, de las suyas. Y
así lo admirábamos y lo temíamos, y lo respetábamos.

    Manifestación de fe científica y racional, al modo de la modernidad, en que el hombre por sí mismo, por su razón,
constituye la máxima de referencia. Pero este hombre ha sucumbido, dejado de ser, en la postmodernidad. El perspectivismo
ortegiano propio de la realidad tanto o más que de nuestra respectividad en la dualidad persona-realidad, ha transitado a lo
largo del siglo XX hacia el relativismo de las creencias básicas y de las conductas morales. Román se mantuvo firme en su
fe racional, fiel en su racionalidad moderna.

    Su fe religiosa cristiana católica apostólica romana, firme en sí, no le impedía respetar otras manifestaciones de fe,
quizás en actitud recibida en su contacto con el mundo científico británico. Esta convicción la ponía de manifiesto con suma
satisfacción al difundir la idea de que la Cofradía Internacional de Investigadores de Toledo admitía en su seno a los
creyentes en 'un único Dios personal' y con esta actitud asistía todos los años a los actos conmemorativos de la investidura
de nuevos cofrades en San Juan de los Reyes y en la procesión del Corpus Christi, jornada ésta la más significativa de la
manifestación popular anual de la ciudad imperial. Creyente, pues, respetuoso con las creencias ajenas, al menos en el
marco de la conquista histórica de la filosofía occidental de raíz judeo-cristiana basada en la racionalidad filosófica de que si
existe dios ha de ser único, como expresan, al margen de sus disputas históricas y de las barbaridades cometidas en su

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