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Román de Vicente, creyente

Francisco González de Posada
Académico de Número de la Real Academia Nacional de Medicina y
Correspondiente de la de Farmacia

    Román de Vicente, al que hoy recordamos como compañero reconquistado y reintegrado entre nosotros, nos ha dejado a
sus bastante felices 95 años. Nos conocimos aquí, en esta Real Academia Nacional de Farmacia. No sé por qué razón, si
hubiera existido alguna, me concedió el honor de su amistad, su confianza y su aprecio, ciertamente no lo sé. Román, hijo
de ingeniero de Caminos, y creo yo que por esta condición, rara en el marco de nuestra academia, al situarme en el
ámbito de la profesión que en su juventud era socialmente la más importante en España, facilitó, al menos en primera
instancia, que me concediera dichos relevantes dones. De ello pueden dar fe, en primer lugar, su esposa Chelo y su hija
Clara; también muchos de vosotros habéis sido testigos de la especial consideración con la que nos destacó. Tenía una
especial satisfacción en su pertenencia a la Cofradía Internacional de Investigadores de Toledo y disfrutaba en la ciudad
imperial, en los últimos años, de nuestra compañía. Gracias, pues, querida Chelo, y queridos hijos de Román: Marta,
Román, Cristina, Juan, Alicia y Clara, la menor, quien nos ha mostrado vuestro deseo de que pronunciara unas palabras
académicas en recuerdo de vuestro esposo y padre. Y gracias, muchas gracias, ¡cómo no!, Presidente y Secretario de nuestra
Real Academia, por la amable solicitud de mi participación en esta sesión necrológica.

    En el horizonte del pensamiento, tanto como en su trasfondo humano, pueden situarse tres niveles de reflexión: el
específicamente científico -observación de los hechos y experimentación con y sobre hechos-, el propiamente racional -
elucubración, que caracteriza a la filosofía-, y el genuinamente religioso -apertura a la trascendencia, que se refiere
básicamente a las consideraciones de fe-. He dicho bien, tres niveles de reflexión humana, tres. La unitariedad -unicidad-
del pensar, reflexionar, construir mentalmente, elaborar conceptos, formular teorías es siempre estructural; entre sus notas
más significativas, constituyentes de esa prioritaria unidad, pueden señalarse precisamente las tres citadas en tanto que notas
estructurales, notas caracterizadoras del pensar: ciencia, razón y fe. La identidad humana integra estas tres notas
(claramente identitarias del género humano y distintivas del resto de los seres vivientes). La identidad personal dependerá
de cómo, cuándo y cuánto se presente y participe cada una de ellas en la forja de la personalidad de cada humano.

    Las características citadas no son independientes entre sí sino que en el seno de la unidad estructural, recordando a
Xavier Zubiri, son mutuamente respectivas, en tanto que notas caracterizadoras de la unidad pensante y de la unidad de cada
acto pensado. Y asimismo son respectivas las manifestaciones sustantivadas que hemos construido conceptualmente, en
elaboraciones intelectuales, para un mejor conocimiento de la realidad, de nosotros mismos y de nuestras relaciones:
ciencia, razón y fe.

    Ciencia, Razón y Fe son ámbitos intelectivos distintos, pero son, sobre todo, y en primer lugar, esencialmente
humanos. Y por serlo tienen un soporte y un soportador 'personal' común: la persona humana, en la que coinciden los tres
niveles, los tres ámbitos. Y primaria y primordialmente son sólo esto o tanto como esto: caracterizadores de la identidad
humana en tanto que coexistentes en ella.

    La ciencia moderna consagró dos principios: observación y experimentación de los hechos naturales, frente a la
prácticamente sola elucubración. Los hechos, tal como fueran, tales como sean, constituirían su fundamento.

    Desde Galileo hasta la actualidad, la ciencia es el ámbito más generalmente selecto, respetado, admirado. Tanto su
contenido como sus afirmaciones pueden ser refrendadas (o rechazadas) por otros, por los demás, por (casi) todos. Es
común. En la Edad Moderna, tras Galileo y Newton, con el refrendo de Kant, se colocó en la cumbre, fue adorada, y con
ella y su hija la técnica se alcanzaría el mito -la utopía- del 'progreso indefinido'.

    La ciencia es también razón. Necesita de la razón para su constitución. Los hechos no hablan por sí solos, precisan de
una construcción para su elaboración y establecimiento como tal ciencia, conocimiento científico. A veces se han
identificado: razón = ciencia. Así, la ciencia exige de la razón, es fruto de la razón, pero no sólo de ella. Se nutre también de
la imaginación.

    Pero la ciencia es también fe. ¡Qué duda cabe acerca de la afirmación de Ortega: "La ciencia es una forma especial de
creencia"! Sí, ¡qué duda cabe! Creímos en las que para evitar confusiones me gusta denominar, en libros y exposiciones
orales, dinámica newtoniana y teoría newtoniana de la gravitación como dogmas durante dos siglos, pero a principios del
siglo XX abandonamos estas creencias por otras -las propias de la Relatividad y la Cuántica- y así entre encuentros y
desencuentros de principios científicos hemos transitado el último siglo, sin saber propiamente a qué fe científica

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