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VOL. 71 (4), 813-819, 2005  LA VERDADERA HISTORIA DE LA ASPIRINA

universidad de su ciudad natal. Posteriormente viajó a Berlín y a
Erlangen, doctorándose en esta última ciudad en 1890. Seis años
más tarde Duisberg lo contrató, comenzando su trabajo en Bayer
como director de la división química. Durante los doce años que
permaneció en dicha compañía, dirigió la síntesis del ácido acetilsa-
licílico y de la diacetilmorfina o heroína.

    Eichengrün abandonó Bayer en el año 1908, creando su propia
empresa, la Cellon Werke, especializada en derivados del acetato de
celulosa, con aplicación en la fabricación del «celuloide» no inflama-
ble, películas fotográficas, lacas, etc., llegando a ser titular de casi
50 patentes (3).

    Durante su estancia en Bayer, Eichengrün, animado por el co-
nocimiento de que la acetilación disminuye la toxicidad de algunos
productos, decidió encargar a Hoffmann, su ayudante de laborato-
rio, la síntesis de dos fármacos de interés, con problemas de tole-
rancia. El primero fue el ácido salicílico, que con un sabor amargo
intenso y con su capacidad para producir vómitos, convertía en
francamente molesta la toma del medicamento por el paciente reu-
mático. El segundo, la morfina, con sus problemas de dependencia,
siempre ha motivado la búsqueda de un opiáceo sin este efecto
tóxico.

    El 10 de octubre de 1897, Hoffmann preparó el AAS, conforme
a las recetas de Gerhardt y Kraut, consiguiendo mejorar la pureza
del producto terminado hasta la calidad farmacéutica. Dos semanas
más tarde, preparó la heroína. Ambos productos fueron enviados a
H. Dreser, el Jefe de Farmacología, que cuando probó ambos pro-
ductos quedó tan impresionado con el segundo —¡como remedio
para el resfriado común!— que rechazó el AAS, alegando que era
cardiotóxico (probablemente fue la primera señal histórica de este
tipo de toxicidad en un inhibidor de las COX). Profundamente dis-
gustado por el rechazo, Eichengrün decidió ser el primero en probar
el producto, por lo que comenzó a suministrárselo a sí mismo. Cuan-
do comprobó que no le había afectado el corazón, repartió muestras
del fármaco a varios médicos de Berlín, entre ellos varios odontólo-
gos, que evaluaron muy positivamente el resultado clínico, a pesar
de lo poco ortodoxo del ensayo. Uno de los médicos le comentó a
Duisberg la validez del medicamento, por lo que éste llamó a Dreser

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