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M.a CARMEN AVENDAÑO LÓPEZ AN. R. ACAD. NAC. FARM.
Conservo en mi memoria afectiva las primeras impresiones que
me produjo el Profesor Trigo la primera vez que sustituyó a
D. Cándido en una de sus clases de Química Orgánica. Estaba toda-
vía en vigencia el Decreto de 7 de julio de 1944, que establecía la
enseñanza de esta materia en la Licenciatura de Farmacia en dos
asignaturas: Química Orgánica en segundo curso y Química Orgáni-
ca Aplicada en tercero. Yo era una alumna de 19 años, que tenía una
gran afición al estudio y un gran respeto por los buenos docentes,
quizás por la profesión de mis padres, ambos Maestros Nacionales.
Tenía D. Gregorio una apariencia física más que agradable y una
necesidad de conectar personalmente con los alumnos. Mi afición
por la química me había inclinado primero por la Q. Inorgánica,
pero fui posteriormente atraída por el carácter creativo que intuía en
la Química Orgánica. D. Gregorio me propuso en ocasiones posterio-
res que iniciara con él mi Tesis Doctoral, invitación que yo acepté
como un gran honor cuando me licencié en 1965, sin considerar el
riesgo que entrañaba para mi futuro profesional tomar esta decisión.
Ante todo, porque se trataba de una dirección “a distancia”, dada su
principal actividad en los laboratorios del INI, aunque yo tenía
entonces cierta experiencia de laboratorio ya que había realizado
estancias como alumna interna que entonces calificaba D. Cándido
con el término “hacer manos”. En segundo lugar, porque no se había
leído ninguna Tesis en esta Cátedra desde la del propio D. Gregorio
en 1947, y la Química Orgánica de más prestigio se realizaba en las
Facultades de Ciencias Químicas o en el Consejo Superior de Inves-
tigaciones Científicas. Mi decisión fue fruto de la ilusión de D. Gre-
gorio por crear un grupo de investigación bajo su dirección y a la
mía propia. En definitiva, ¡dos ilusos en una isla desierta!
En 1968, D. Gregorio pasó a dedicarse en exclusiva a la Univer-
sidad tras obtener por oposición una plaza de Profesor Agregado. Su
vocación de trabajo y su espíritu de superación le habían conducido
hasta la ansiada meta, por la que abandonó una vida profesional
perfectamente resuelta. Yo estaba en mi tercer año de doctorado
realizando las experiencias en un cuartito del laboratorio de prácti-
cas, por lo que viví intensamente aquella oposición. Él tenía 48 años
y prisa por cambiar muchas cosas. Sólo puedo decir que desde su
cargo de Profesor Agregado y posteriormente desde el de Catedráti-
co, que ocupó por concurso de acceso en 1974 tras la jubilación del
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