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JOSÉ ANTONIO CABEZAS FERNÁNDEZ DEL CAMPO  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

        como «gripe española». Y en el intervalo comprendido entre
        1931-1941, no figura ninguna reseña sobre ella en los su-
        plementos correspondientes a los años 1934, 1936-39 y
        1940-41.

    — En el período de 1942-44 (pág. 921), en el escaso espacio de
        1/4 página, se indica por primera vez que: «Andrews admite
        en su etiología un virus básico y una serie de exaltaciones y
        mutaciones» (recuérdese que el origen vírico de esta enferme-
        dad quedó demostrado ya en 1931, para el cerdo, y en 1933
        para los humanos). En cuanto al tratamiento, se advierte que
        «los sueros y vacunas inspirados en las asociaciones bacteria-
        nas están hoy abandonados»; y que «se prescribe la estricni-
        na, las inhalaciones de oxígeno, los arsenicales, salicilatos y la
        sangría»...

    — Pero el origen vírico, como único responsable de la enferme-
        dad, no sería del todo admitido hasta 1945-48, aunque confu-
        samente, cuando en su página 1292 (ocupando modestamente
        la reseña sólo 1/5 de la página) se lee: «Gripe. Producida por
        un virus al que se unen las acciones de bacterias que son las
        que determinan el genio patógeno de la afección y la razón de
        las complicaciones; de ahí el valor terapéutico de las sulfami-
        das y la penicilina».

    — Hay que llegar al tomo correspondiente a los años 1949-52
        para que, en el breve espacio de 1/6 de la página 1190, se
        indiquen la forma y dimensiones de los tipos A y B y hasta
        se mencione al tipo C del virus de la gripe. También, en con-
        tra de lo recogido en 1945-48, se señala que «las vacunas sólo
        crean inmunidad frente a las epidemias originadas por el tipo
        de virus inyectado»; y que «todos los antibióticos han fraca-
        sado en el tratamiento».

    — A diferencia del suplemento de 1953-54, en que nada se in-
        cluye acerca de la gripe, en el de 1955-56 (págs. 477-478)
        se utilizan los datos de una revisión hecha por G. Cateigne,
        que es una adecuada síntesis del estado de la cuestión, in-
        corporando el dato de la existencia en el virus de la enzi-
        ma RDE (= «Receptor Destroying Enzyme»), que es la actual-
        mente conocida como sialidasa o neuraminidasa. Asimismo,

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