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C. SANDOVAL MORAGA ANAL. REAL ACAD. NAC. FARM
tad de prescribir en la botica, y es así como el cabildo aplicando una
ley Peninsular: “Quien tiene botica no puede curar”, lo obliga a ele-
gir entre las dos profesiones, decidiéndose él continuar como botica-
rio.
El bachiller se quedó con la botica, bajo el cargo “que no recete
cosa alguna de la botica so pena que lo castigarán conforme a la justi-
cia” (14)14
La severidad del Cabildo se explica, pues el procurador de la ciu-
dad, don Alonso de Córdoba se presentó reclamando contra el sistema del
bachiller: “me parece cosa conveniente mirar y requerir el hospital; por-
que Bazán lo cura y una muchos indios de ellos los cuales, como no se
guardan, se mueren todos...”
La Farmacia y la Química, dice el Dr. Orrego Luco, en su carta al
secretario de la Sociedad Médica de Lima, vivieron en un estado deplora-
ble durante la Colonia: las medicinas, preparaciones más sencillas, eran
importadas del extranjero, porque no había en el país quien pudiera elabo-
rarlas.
Hemos podido formarnos una imagen de cómo fueron las primiti-
vas Boticas Chilenas, que no modifican su quehacer hasta recibir el bene-
ficioso aporte de los frailes de la Compañía de Jesús promediando el año
1600.
La mejor botica de ese entonces era y fue, durante casi dos siglos,
la Botica de los Jesuitas en Santiago.
Don Ernesto Greve dedicado al estudio de esta Botica (15)15, indi-
ca que fue fundada en 1647, y no obstante los reparos de fiscal de la Real
Audiencia, la Botica pudo iniciar sus servicios después de satisfecha la
exigencia de colocar frente a ella un farmacéutico examinado, traído de
España.
La botica funcionaba por lo menos desde 1613, pues en Agosto de
ese año se recibió en el país una real cédula en que ordenaba entregar a
los demás jesuitas ciento cincuenta ducados por medicina suministrada
por su farmacia a sus enfermos.
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