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VOL. 66, (2) 2000                        SESIÓN NECROLÓGICA

aquellas circunstancias, me pidió que le llevara para firmar un papel, para
un asunto que no viene al caso, pero que me afectaba favorablemente; me
negué porque yo había ido a verle y a preocuparme por su salud y le dije
que aquello no era importante en aquel momento; pero el rasgo me
conmovió.

         Compartíamos también y sobre todo, la inquietud espiritual.
Recitábamos al unísono, sin darnos cuenta, los versos del soneto de Valle
Inclán: “... en el combate de tantos años ya, mi aliento cede y al orgulloso
pensamiento abate la idea de la muerte que le obsede”. Y nos
consolábamos mutuamente con la frese de san Agustín: “Nos has creado
para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San
Agustín, Confesiones).

         No, lo de “Vidas paralelas” no es un recurso literario para dar
brillo a esta intervención. En uno de sus viajes a Canarias le dejé prestado
un libro de Fulton J. Sheen, obispo auxiliar de Nueva York, titulado
“Eleva tu corazón”, y me lo perdió en el camino. Era un libro que yo
apreciaba mucho y que muchas veces he buscado sin éxito. En
compensación me regaló el “Poemario Sufi. Poemas de amor divino” de
Husayn Manssur Hallâdj, un apóstol islámico que murió decapitado en
Bagdad, corte de los Abásidas, en el año 922. En ese libro me puso esta
dedicatoria que lleva fecha de junio de 1989:

         “A mi amigo Luis, como coincidencia en sentires y amores”.

                   UN DIÁLOGO IMPOSIBLE

         La última vez que hablé con el general Mosqueira fue el veinte de
julio. Le llamé por teléfono para despedirme, porque yo salía de veraneo,
y para darle cuenta de unas gestiones que me había encargado en el
hospital “Gómez Ulla”. Le halle tranquilo y optimista. Me dijo que se
encontraba muy bien, que ya salía a comer, y que iría a veranear con sus
hijos a Piedralabes. Quince días después, recibí la noticia de su
fallecimiento. Aquella noche no me podía dormir; pasaron por mi
imaginación como una película, las escenas comunes de nuestras vidas,
depuradas ya de cualquier nebulosidad que las pudiera empañar. Vino a
mi memoria la canción: ¡Cuando un amigo se va, algo se muere en el
alma!; recordé nuestros diálogos y me rebelé ante la idea de no poder

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