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A. GIRÁLDEZ; L. GÓMEZ; V. VILAS ANAL. REAL ACAD. FARM.
reprimenda por haber perdido casi un mes de trabajo: pero, a los pocos
días, cuando las relaciones estaban aún tensas, recibí, inesperadamente, la
invitación para celebrar con una merienda en su casa, no sé qué
acontecimiento familiar. Allí conocí a su esposa y a sus hijos, Arturito, a
quien había visto antes cazando avispas por el patio del Instituto y a
Lolina que trataba, sin éxito, de vender papeletas para la rifa de una
muñeca a un teniente coronel solterón, en las oficinas de la dirección. En
aquellos días se iniciaba una curiosa historia de atracciones y repulsiones.
Como si ambos fuéramos conductores de una corriente alterna, si al
contacto coincidían los polos se producía la repulsión y, si divergía, la
atracción. Teníamos ideas comunes respecto al amor al servicio, al
cumplimiento del deber, y al sentido de la responsabilidad. Es decir,
coincidíamos en el fondo, pero a veces discrepábamos en la forma, y
como la vehemencia era una cualidad común, ambos defendíamos con
tesón nuestros puntos de vista. Aunque en aquellas trifulcas nunca llegaba
la sangre al río, nos dejaban intranquilos y él tomaba invariablemente la
iniciativa y tendía el puente con generosidad; y yo, creo que también con
generosidad, lo aceptaba. No en una, sino en varias ocasiones, me llamó a
mi casa por teléfono ya de noche para decirme: Gómez, espero que sepa
distinguir entre el servicio y la amistad. Ambos podíamos cantar a una
voz aquello de “ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio”. Nuestras
coincidencias y discrepancias fueron como el cemento que necesita
tiempo para fraguar y fraguó y se consolidó en una estrecha amistad y en
un afecto sincero. Retirados ambos, nos reuníamos a comer con cierta
frecuencia y ya discutíamos más que sobre la cuenta, que los dos
queríamos pagar; me decía que le interesaba saber quién invitaba porque,
si era yo, aprovecharía para pedir angulas, que le encantaban; el sentido
del humor era también común a ambos. Me dio pruebas de afecto que
nunca olvidará; gracias a su intervención, la plaza de teniente coronel
farmacéutico del hospital de Carabanchel se convirtió en plaza de coronel
y así me evitó salir destinado a Barcelona; un año antes de morir estuvo
hospitalizado en la clínica de la Concepción; le visité acompañado de sor
Consuelo, la superiora de aquella comunidad, que había coincidido
conmigo durante muchos años en el hospital militar “Gómez Ulla”;
cuando nos acercábamos a la habitación, sor Consuelo me dijo que estaba
muy grave y que la noche anterior creyeron que no vería amanecer; en
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