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Excmo. Sr. Gaspar González González: el amigo

Bernabé Sanz Pérez
Académico de Número de la Real Academia Nacional de Farmacia

Excmo. Sr. Presidente,
Excmos. Sras. y Sres. Académicos
Querida Ana María, hijos y nietos,
Sras. y Sres.:

    Agradezco muy cordialmente al Excmo. Sr. Presidente de esta Real Academia Nacional de Farmacia y a su Junta de
Gobierno el encargo de participar en esta sesión académica en recuerdo y homenaje de quien fue uno de nuestros más
preclaros académicos, el amigo y respetado compañero Prof. Dr. don Gaspar González González.

    Los académicos doctores García Sacristán y Ribas Ozonas han glosado, con cariño y brillantez, la figura de nuestro
homenajeado bajo sus facetas de profesor universitario y de académico; yo me referiré a nuestro compañero como amigo.
Solo hablaré de algunos aspectos amistosos y destacables de su vida, como por ejemplo, su forma de comportarse con sus
iguales que, como norma, superaba mucho lo que se entiende generalmente como correcto; de su cariñosa preocupación por
sus compañeros y –en especial- de su interés casi paternal por sus estudiantes y doctorandos.

    Mención especial merece su relación con el profesor don José María Albareda Herrera, su guía y mentor primero,
compañero docente después y siempre el amigo en quien confiaba y que nunca le falló.

    El bienio de 1948-49 fue decisivo en el devenir universitario de Gaspar. Siguió dos cursos que impartía el catedrático
profesor Albareda Herrera en el Patronato “Juan de la Cierva” del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
bajo el título de Origen, constitución y clasificación de los suelos: sus influencias en la vegetación y aplicaciones técnicas.
Don José María influyó mucho en la dedicación de Gaspar a la enseñanza de la Agricultura y Economía agraria. Desde que
lo conoció sintió una gran estima y respeto por la honestidad intelectual de su maestro, y por el trato sincero y muy directo
que, como buen bajo aragonés, mantenía con sus alumnos. Ambos iniciaron y conservaron desde entonces una entrañable
amistad que se fortalecía con el discurrir de los años.

    Por indicación del profesor Albareda en 1950 asistió al curso de Economía y Política A graria que impartía en el Instituto
León XIII el prestigioso economista don Fernando Martín Sánchez Juliá quien era, además, presidente de la Asociación
Nacional de Propagandistas de Acción Católica.

    Otra persona del círculo de amigos del profesor Albareda, a quien apreciaba mucho Gaspar, fue su compañero, el
catedrático don Lorenzo Vilas López, con el que colaboraría algunos años después en la promoción y creación de los
Institutos Laborales de Enseñanza Media. Juntos desarrollaron los programas de las materias curriculares que debían
incluirse en el Bachillerato de la modalidad agrícola y ganadera y después participaron en los tribunales que juzgaron las
oposiciones de selección del profesorado de estos centros.

    El profesor Vilas, como saben muchos de los aquí presentes, fue catedrático de la Facultad de Farmacia de Madrid,
Consejero numerario del CSIC, como también lo fue Gaspar, Vicedirector del Instituto de Edafología y Fisiología Vegetal y
director del Instituto “Jaime Ferrán” de Microbiología.

    Como hemos escuchado a nuestro académico y amigo profesor García Sacristán, el 17 de julio de 1947 Gaspar logró,
por unanimidad del correspondiente tribunal, la cátedra de Fitotecnia (después Agricultura) y Economía Agraria de la
Facultad de Veterinaria de Madrid, donde impartió sus saberes hasta su jubilación. Tenía entonces 30 años.

    Entre sus muchos recuerdos sobre el profesor Albareda refería Gaspar que en 1949 en una conversación de sobremesa su
maestro les decía a los comensales: la carrera docente universitaria, bien lo sabéis, exige dedicación, conocimiento de
idiomas, no tener prisas, sí paciencia y generosidad, además de estancias en centros en donde se crea ciencia. Cumplir estos
requerimientos exige renuncias y sacrificios, algo que muchos ni admiten ni comprenden.

    Conocí al Dr. Gaspar González en 1952, recién terminados mis estudios de licenciatura. Recuerdo que era uno de esos
días ventosos de la primera semana de noviembre, cuando el cierzo o viento del Moncayo azota fuertemente en Zaragoza.
Estábamos en el laboratorio de Farmacología de la Facultad de Veterinaria el catedrático don Pascual López Lorenzo, un
grupo de estudiantes de tercer curso y yo –que me estrenaba de ayudante de clases prácticas- todos alrededor de una mesa
de Palmer (copiada del catálogo original británico); en la mesa yacía un pobre perro callejero anestesiado e intubado, cuya
presión arterial y respiración se registraba en un quimógrafo. Miguel, el bedel, entrando en el laboratorio dijo a don Pascual
que le esperaba un catedrático de Madrid. Me dejó solo con los alumnos y se marchó a recibir a su colega.

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