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La
dignidad
de
la
persona
mayor
que
sumar
a
ellas
las
impuestas
desde
el
exterior,
obstáculos
añadidos
a
la
ya
difícil
tarea
de
no
tirar
la
toalla.
Me
centraré
en
cinco
puntos.
La
primera
dificultad
viene
de
oficio.
Como
he
señalado
el
envejecimiento
se
asocia
con
pérdidas
orgánicas
a
todos
los
niveles
y
nos
hace
más
vulnerables.
La
consecuencia
es
la
acumulación
de
enfermedades
agudas
y,
sobre
todo,
crónicas,
las
limitaciones
funcionales
que,
en
algunos
casos,
acaban
llevándonos
a
situaciones
de
dependencia.
Se
consumen
más
fármacos,
los
controles
sanitarios
se
hacen
más
frecuentes,
crece
la
necesidad
de
contar
con
la
figura
del
cuidador,
etc.
Son
limitaciones
intrínsecas,
en
parte
inevitables,
que
pueden
desmotivar
e
invitan
poco
a
proseguir
con
una
actividad
mantenida.
Primer
obstáculo
que
hay
que
superar.
Otro
capítulo,
también
centrado
en
la
propia
persona
mayor,
es
el
que
tiene
que
ver
con
la
necesidad
de
vencer
muchas
de
las
inercias
que
actúan
en
el
sentido
de
dejarse
ir
una
vez
que
la
persona
ha
cumplido
los
principales
preceptos
de
su
rol
en
esta
vida.
Se
manifiesta
en
frases
o
en
sentimientos
ligados
al
“ya
he
trabajado
bastante”,
“no
tengo
ánimos”,
“es
el
turno
de
otros”,
“que
me
dejen
tranquilo”,
“que
me
cuiden”,
y
expresiones
similares.
Puede
ser
una
vía
para
el
abandono
y
una
puerta
de
entrada
en
“situaciones
de
indignidad”.
En
el
tercer
apartado
existen
ya
elementos
externos.
Tiene
que
ver
con
los
problemas
que
surgen
a
la
hora
de
asumir
situaciones
nuevas
y
está
muy
vinculado
al
salto
cualitativo
que
representa
la
jubilación.
Cambia
la
vida
y
hay
que
adaptarse
a
ello.
Es
habitual
que
coincidiendo
con
la
edad
jubilar
tengan
lugar
modificaciones
en
el
entorno
inmediato,
separación
de
los
hijos,
pérdidas
familiares
y
de
amigos,
asunción
del
papel
de
abuelos,
etc.
Son
retos
muy
serios,
pero,
para
intentar
envejecer
de
forma
activa,
resulta
obligado
buscar
un
nuevo
papel
social
que
permita
superarlos,
algo
que
afecta
desde
la
ocupación
del
tiempo
hasta
la
respuesta
al
¿A
qué
me
voy
a
dedicar
ahora?
Por
si
fuera
poco
–cuarta
dificultad--
no
es
raro
que
se
vuelva
hostil
buena
parte
del
entorno
más
próximo,
sobre
todo
aquel
en
el
que
se
han
vivido
las
fases
inmediatas
a
la
jubilación,
en
el
marco
de
lo
que
ha
sido
la
actividad
laboral
previa.
Hay
de
todo.
Las
situaciones
son
muy
plurales
pero
es
mucho
más
frecuente
de
lo
que
cabría
pensar
que
no
se
faciliten
unas
mínimas
condiciones
que
permitan
mantener
cierta
actividad
en
línea
con
lo
que
han
sido
las
competencias
del
individuo
durante
toda
su
vida
anterior.
Más
bien
la
experiencia
demuestra
que
puede
ocurrir
lo
contrario:
puertas
cerradas,
malas
caras,
recelos
vinculados
a
frases
como
“lo
que
le
cuesta
a
este
dejar
la
silla”,
zancadillas,
empujones,
etc.
No
es
excepcional
escuchar
recomendaciones
del
tipo
de
“si
quiere
envejecer
activamente
que
aprenda
a
jugar
al
golf
o
que
cuide
de
los
nietos”.
Estamos
ya
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