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La
dignidad
de
la
persona
mayor
La discriminación sanitaria no se limita al cumplimiento negligente de unos
protocolos diagnósticos o terapéuticos científicamente consensuados. Alcanza a otras
muchas esferas, desde las limitaciones para acceder a las posibilidades que a día de hoy
ofrece la alta tecnología, hasta la exclusión de pacientes mayores en los ensayos
clínicos, pasando por la aplicación de políticas claramente discriminatorias en función
de la edad por parte de las administraciones, que establecen topes arbitrarios a la hora
de poder acceder a determinadas campañas de prevención o de revisiones del estado de
salud. Cabría añadir aún la discriminación económica vinculada al mundo de la salud
que representan decisiones como el copago farmacéutico o la imposición de trabas
administrativas para acceder a algunos fármacos, productos o servicios sanitarios. La
falta de interés de las autoridades académicas por la enseñanza de la gerontogeriatría o
por potenciar recursos específicos para la población de más edad son otros ejemplos de
lo mismo.
Discriminan las administraciones cuando utilizan la edad como criterio para
determinadas campañas preventivas, por ejemplo para detección precoz de cáncer de
mama, o al olvidarse de la persona mayor cuando se trata de establecer políticas
sanitarias. No hace muchos años la Asociación Médica Británica se quejaba de que los
ancianos fueran excluidos de las campañas antitabaco en aquel país.
Todas estas actitudes ageístas representan una agresión individual y colectiva
contra la dignidad. En muchos casos atentan contra el derecho, pero, sobre todo lo
hacen contra un principio básico en bioética, el principio de equidad. Van contra la
tradición médica ejemplificada en el llamado juramento hipocrático. Con frecuencia
atacan también a la evidencia científica al dar por supuestas contraindicaciones basadas
en la edad que el tiempo se ocupa de desmentir. La práctica de lo que se conoce como
angioplastia coronaria o de las diálisis crónicas son buenos ejemplos de procedimientos
que entraron en medicina con el cartel de contraindicados en los mayores y sobre lo que
hubo que dar marcha atrás muy poco tiempo después. Y, sobre todo, van también contra
el propio sentido común. ¿Dónde deberíamos situar el punto de corte si tiramos de la
edad como criterio para cualquier tipo de decisión?
Diré
para
cerrar
este
apartado
que
discriminamos,
ofendemos
y
agredimos
a
la
dignidad
de
la
persona
mayor
cada
vez
que
cualquiera
de
nosotros
damos
por
buenas
en
el
día
a
día
frases
tan
habituales
como
las
de:
“bastante
bien
está
Vd.
para
los
años
que
tiene”,
ó
“a
su
edad
que
querrá”,
o,
peor
aún,
porque
suele
traducir
ignorancia,
cuando
el
profesional
de
la
salud,
ya
sea
médico,
farmacéutico
o
enfermero,
interpreta
como
“cosas
de
la
edad”
determinados
problemas
clínicos
cuya
causa
desconoce,
muchas
veces
incluso
sin
haberse
tomado
siquiera
la
molestia
de
indagar
su
origen.
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