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J.M.
Ribera
Casado
dignos,
con
independencia
de
nuestras
características
personales,
como
raza,
edad,
salud
o
cualquier
otro
elemento
diferenciador.
El
artículo
10.1
de
la
Constitución
Española
insiste
en
lo
mismo
al
remarcar
que
“la
dignidad
de
la
persona,
los
derechos
inviolables
que
le
son
inherentes
…
son
fundamento
del
orden
político
y
de
la
paz
social”.
Equipara
dignidad
e
igualdad,
la
considera
un
derecho
y
excluye
de
forma
explícita
cualquier
forma
de
discriminación.
Hasta
aquí
un
resumen
de
lo
que
podemos
considerar
la
teoría.
Entiendo
que
el
planteamiento
que
se
hace
al
proponerme
este
título
tiene
que
ver
con
la
posibilidad
–y
el
riesgo--
de
que
los
cambios
que
tienen
lugar
en
el
tiempo
vinculados
al
proceso
de
envejecer
determinen
por
sí
mismos
algún
tipo
de
metamorfosis
que
pudiera
comprometer
o
menoscabar
esta
condición
de
digno.
O
bien
que
la
forma
de
valorar
este
concepto
haya
sufrido
cambios
importantes
en
estos
años.
Norberto
Bobbio
(2)
expresa
de
forma
adecuada
un
sentimiento
social
muy
extendido
cuando
afirma
que
“quienes
en
tiempos
habrían
sido
calificados
de
ancianos
venerables
……
pasaron
a
ser
llamados
sin
grandes
contemplaciones
esos
vejestorios”,
unos
viejos
decrépitos
de
quienes
no
merece
la
pena
ocuparse.
Lo
primero
que
me
viene
a
la
cabeza
siempre
que
escucho
la
palabra
dignidad
asociada
a
la
persona
mayor
es
el
recuerdo
de
un
artículo
editorial
publicado
en
los
años
setenta
en
la
revista
New
England
Journal
of
Medicine
bajo
la
firma
de
quien
era
su
director,
el
Prof.
Franz
Ingelfinger
(3).
Sus
comentarios
versaban
sobre
la
“muerte
digna”,
un
tema
muy
de
actualidad
por
aquellos
años.
Señalaba
Ingelfinger
que,
a
la
vista
de
las
posibilidades
tecnológicas
que
ofrecía
la
medicina
parecía
un
sarcasmo
asociar
la
palabra
dignidad
al
proceso
de
morir.
A
su
juicio,
a
lo
más
que
podríamos
aspirar
era
a
no
añadir
indignidades
en
esas
circunstancias.
Salvando
las
distancias,
creo
que
algo
de
eso
cabe
intuir
cuando
asociamos
los
términos
dignidad
y
envejecimiento.
En
la
línea
de
Ingelfinger
luchar
por
evitar
las
indignidades
constituye
otra
forma
de
ver
el
tema.
Supone
tomar
en
consideración
las
dos
caras
de
una
misma
situación.
Por
ello
a
efectos
expositivos
mis
reflexiones
van
a
ir
en
uno
u
otro
sentido,
asumiendo
como
hilo
conductor
el
riesgo
que
representa
poder
ser
víctima
de
indignidades.
Me
centraré
en
tres
puntos:
las
pérdidas
de
nuestra
reserva
orgánica
como
factor
de
riesgo
muy
común
dentro
de
este
campo,
la
discriminación
por
edad
como
forma
sutil
y
poco
valorada
de
generar
indignidad
y
la
necesidad
de
asumir
el
mandato
de
Naciones
Unidas
(NU)
en
relación
con
un
envejecimiento
activo
como
actitud
más
positiva
en
el
intento
de
mantener
una
vejez
digna.
Antes
de
entrar
en
materia
insistiré
todavía
en
un
punto
de
partida
que
no.
Se
trata
de
destacar
y
aceptar
como
no
discutible
el
hecho
de
que
los
viejos
constituimos
hoy
un
problema
social
importante.
No
es
un
fenómeno
nuevo,
ya
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