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J.
M.
Medina
que
creemos
que
los
demás
piensan
de
nosotros,
así
como
el
estado
de
la
situación
presente.
Asimismo,
el
lóbulo
frontal
controla
todas
aquellas
capacidades
que
constituyen
la
inteligencia.
En
él,
además
de
controlarse
las
emociones,
radica
nuestra
capacidad
de
concentración,
anticipación
y
planificación,
así
como
el
control
de
la
memoria.
En
resumen,
en
el
lóbulo
frontal
se
elaboran
y
mantienen
las
ideas,
la
característica
esencial
de
nuestra
mente.
Por
consiguiente,
no
es
de
extrañar
que
el
habla,
posiblemente
la
característica
más
distintiva
del
hombre,
también
se
localice
en
el
área
prefrontal.
En
este
sentido,
se
acepta
de
una
manera
general
que
el
lenguaje
y
la
inteligencia
están
fuertemente
unidos.
Si
esto
es
así,
sólo
el
Homo
sapiens
ha
sido
inteligente.
En
efecto,
para
que
se
produjese
este
cambio
revolucionario,
el
Homo
tuvo
que
sufrir
importantes
cambios
anatómicos.
La
laringe
hubo
de
descender
para
emitir
los
primeros
sonidos
guturales.
Este
hecho
tuvo
lugar
tan
lejos
como
en
el
Homo
ergaster
(1,8
millones
de
años).
Sin
embargo,
la
calidad
de
estos
sonidos
no
permitía
más
que
una
comunicación
deficiente,
muy
lejana
de
la
utilizada
por
el
hombre
actual.
Era
necesario
ser
capaz
de
pronunciar
las
vocales,
verdaderos
pivotes
en
los
que
se
sustenta
el
lenguaje.
Según
Arsuaga
esto
aconteció
más
tarde,
en
el
Homo
sapiens,
gracias
al
acortamiento
horizontal
del
aparato
fonador
(aproximadamente
hace
300.000
años)
(Arsuaga
y
Martínez
1998).
En
resumen,
sólo
a
nuestros
antecesores
más
cercanos
podemos
considerarlos
como
plenamente
inteligentes,
aunque
se
trata
de
la
coronación
de
un
proceso,
el
de
la
aparición
de
la
inteligencia,
que
comenzó
años
atrás.
Así,
la
“inteligencia
tecnológica”
data
de
hace
2,5
millones
de
años,
momento
en
que
se
fabrican
los
primeros
utensilios
de
piedra.
Un
millón
de
años
más
tarde
(hace
1,5
millones
de
años)
se
llega
a
la
perfección
con
el
hacha
lítica
de
dos
caras
simétricas.
Un
millón
más
es
necesario
para
otro
paso
definitivo,
la
invención
del
fuego
(0,25
millones
de
años).
Esta
época
coincide
con
los
primeros
enterramientos
(0,3
millones
de
años),
señal
de
que
en
este
tiempo
nuestros
antepasados
poseían
el
sentido
de
la
trascendencia.
Es
necesario
destacar
que
el
sentido
de
la
transcendencia
es
una
de
las
claves
de
la
existencia
de
la
mente,
por
lo
que
podemos
datar
hace
300.000
años,
el
nacimiento
de
la
“inteligencia
filosófica”,
verdadera
clave
de
la
mente.
A
partir
de
este
momento
se
comienzan
a
pronunciar
las
vocales,
imprescindibles
para
una
comunicación
coherente
y
fluida.
Más
tarde,
los
indicios
de
la
mente
empiezan
a
aparecer
por
doquier.
El
adorno
personal
(35.000
años)
y
las
maravillosas
pinturas
de
Altamira
y
Lascaux
(17.000--14.000
años)
son
un
buen
índice
de
ello.
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