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RUBÉN LÓPEZ GARCÍA AN. R. ACAD. NAC. FARM.
hasta el final de nuestras vidas. El Profesor Portolés aprendió a si-
multanear, por auténtica necesidad vital, su trabajo como microbió-
logo con su carrera militar en el Cuerpo de Farmacia del Ejército del
Aire, donde obtuvo el número 1 de su promoción. También en esa
profesión, donde alcanzó el grado de Comandante, fue un triunfador
nato. Aún resuenan en mis oídos las anécdotas sobre sus vuelos a
diferentes puntos de la geografía española a bordo de aquellos avio-
nes que confiaban el éxito de sus singladuras, más en la confianza
de sus amigos y expertos pilotos que en las condiciones técnicas que
cabría esperar del aparato. Pero la vida había forjado en Antonio el
hábito de enfrentarse a situaciones difíciles con una casi permanen-
te sonrisa que, a todos, nos infundía confianza.
En muchas ocasiones he pensado que esa confianza en lo que
hacía tenía profundas raíces en la dura juventud que le tocó vivir en
medio de una guerra fratricida afrontando situaciones de penuria
que a un adolescente de nuestros días le parecería una experiencia
difícil de imaginar. Siempre recordaré que Antonio resaltaba con un
apasionamiento, impropio de los años que rememoraba, el espíritu
de autodisciplina impuesto para sobrellevar aquel áspero día a día
de nuestra guerra, y, lo que resultaba aún más admirable, obligado
a frecuentar en esos turbulentos años aquellos Institutos de Ense-
ñanza Media, que bien podríamos llamar de campaña, supo benefi-
ciarse de ellos con inteligencia y aprovechamiento.
Antonio, una vez terminada con brillantez su licenciatura en Far-
macia, comenzó a simultanear su carrera militar con su trabajo en
el laboratorio del Profesor Don César González Gómez en la Facul-
tad de Farmacia. Allí se doctoraría y pronto comenzaría a publicar
los resultados de su trabajo. En el año 1950 se incorporaría como
becario al CSIC y dos años más tarde al Centro de Investigaciones
Biológicas donde trabajaría hasta su jubilación como Profesor de
Investigación. Antes de que esto sucediera, el Profesor Portolés crea-
ría el Instituto de Inmunología y Biología Microbiana, y conduciría
con buen pulso profesional y afectivo, durante unos años, la direc-
ción del CIB. No obstante, siempre percibió con claridad que preci-
saba incorporar nuevos conocimientos a su imparable vocación mi-
crobiológica para convertirse en un científico de referencia, lo que le
llevó a marchar a Sheffield (Inglaterra) aunque ese esfuerzo impli-
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