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VOL. 72 (1), 171-177, 2006 NECROLÓGICA DON ANTONIO PORTOLÉS ALONSO
sura el Profesor Thomas Trautner, vicepresidente del Instituto Max
Planck y un gran amigo nuestro, sinceramente impresionado por el
éxito científico y por el marco mágico que envolvió al congreso, se
atrevió a bromear sobre esa cualidad cuasi taumatúrgica que poseía
Antonio para desarrollar con brillantez sus compromisos, al afirmar
que no le resultaría extraño que, en pleno verano granadino, «maña-
na Antonio nos obsequiara haciendo aparecer la nieve sobre Sierra
Nevada».
Pero nuestro siempre inquieto maestro no conocía fronteras en
su frenética actividad y se atrevió, una vez más con éxito, a crear
una escuela de Inmunólogos, con especial dedicación a la investiga-
ción inmunofarmacológica, que continúa en la actualidad bajo el
liderazgo de José M.ª Rojo, Isabel Barasoaín y de su hija Pilar Por-
tolés. Si me permite por un momento una incursión a la frivolidad,
en un acto con la solemnidad exigida al foro que hoy nos ocupa, creo
que él, mejor que nadie, podía definir su turbulenta entrega al tra-
bajo cuando, aflorando su innegable gracia madrileña, en sus mo-
mentos de agobio solía decirme: «Rubén, hoy me siento como un
gato en una fábrica de sifones». No obstante, Antonio, no traeré aquí
como bandera de agitación demagógica los índices de impactos ni
otras estimables medidas bibliométricas que se establecen para va-
lorar la producción científica, y que, ahora con demasiada frecuen-
cia, se usan de forma torticera como moneda de cambio. Ese uso
espurio condiciona en demasía estos días las relaciones entre los
científicos, y, aplicado a nuestro pasado no tan lejano, olvida, muy
a menudo, el difícil contexto donde tenías y teníamos que desarro-
llar nuestro trabajo. Tus aportaciones científicas fueron de una suer-
te superior a todos los impactos concebibles porque proporcionaron
una sin par plataforma para formar a decenas de científicos de ca-
lidad, pero, sobre todo, para procurarnos un rico horizonte donde
saber valorar el factor humano.
Son tantas las iniciativas que debemos a Antonio en el campo de
la Microbiología que estoy seguro de no poderlas abarcar como él se
merece. Su cariño hacia la Sociedad Española de Microbiología no
tenía límites: fue un Secretario inolvidable y desde esa atalaya impul-
só las publicaciones de esa Sociedad, la celebración de reuniones
periódicas y el crecimiento de la familia, ¡larga familia!, que hoy
formamos los microbiólogos españoles. La Microbiología ha sufrido
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