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RUBÉN LÓPEZ GARCÍA AN. R. ACAD. NAC. FARM.
en los últimos cinceunta años muchos avatares. Se pensó que esas
«balas mágicas» que han representado los antibióticos habían pues-
to un punto final a las bacterias patógenas. Ya sé, Antonio, que
muchas veces hemos coincidido a la hora de concluir nuestras char-
las que los que sostenían esa insensatez, simplemente, no eran bió-
logos. Habían olvidado que las bacterias están entre nosotros desde
hace más de 3.500 millones de años y, para bien y para mal hoy, más
que nunca, «gozan de buena salud» y son una impagable fuente de
enseñanzas y, en el futuro inmediato, serán una insólita veta de in-
novación.
Eras un maestro convencido de que teníamos que volver a colo-
car la doctrina que estudia a los seres microscópicos en el lugar que
le corresponde: porque, ahora, como casi siempre, los microbios
siguen siendo la primera causa de muerte en este desigual mundo.
De ahí que, nunca satisfecho a la hora de crecer en sabiduría y en
entrega a los demás, desarrollaras desde tu puesto de Secretario de
la Real Academia de Farmacia, ya jubilado del CSIC, una fructífera
labor, porque siempre he pensado que ese impulso imparable que
tenías para realizar ciencia te venía de compartir con nuestro Calde-
rón de la Barca la idea de que: «A la vista de las Ciencias, la igno-
rancia es no saber aprovecharlas». Es decir, creías firmemente que
lo contrario de la ciencia es la complacencia. Así, te entregarías, sin
límites en tu lucha intelectual, a que se potenciara el Anuario que
sanciona esta Real Academia (siempre nos acuciabas para que pre-
sentáramos colaboraciones a esa revista), y, asimismo, para que
surgiera una atmósfera renovadora de la microbiología en esta docta
institución, con la inclusión entre sus académicos de nuevos y acre-
ditados practicantes de la microbiología como nuestra compañera
del CIB la Doctora Concha García Mendoza, que se unía así a otros
veteranos e ilustres miembros, como es el caso de otro de mis maes-
tros el Profesor J. R. Villanueva, y el de los Profesores M. Rubio y
Román de Vicente.
Pero, alentando todo cuanto he dicho, emerge la figura de la
Doctora M.ª Teresa Pérez Ureña, tu fiel y entregada compañera. Con
ella creó Antonio una envidiable simbiosis para llevar a buen puerto
las múltiples facetas familiares y profesionales en las que se empeñó
con pasión. Para nosotros, sus discípulos, Mari Tere ha sido una
consejera singular a la que nunca le faltó una palabra de aliento en
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