Page 231 - 71_01
P. 231
VOL. 71 (1), 225-234, 2005 NECROLÓGICA DON PABLO SANZ PEDRERO
una determinada secuencia de bases nitrogenadas, sino el afecto
paternal que se derrama sobre otros, en este caso sobre sus sobrinos.
No se concibe a Pablo Sanz sin Mercedes Pastor, de quien Pablo, lo
sé, se sentía protector y al mismo tiempo admirador orgulloso y
enamorado. La fortaleza psíquica de Pablo no era completa sin el
contrapeso de su mujer, sensible y culta sin pedantería. Pero mejor
que yo, lo dijo aquí, en este mismo salón, el propio Pablo, quien en
su abundancia cordis rompió la solemnidad de lo académico para
decirnos: «Mi incomparable agradecimiento a mi más directa y per-
manente ayuda y aliento, a mi esposa Mercedes, que en todo mo-
mento ha sabido, no sólo aceptar generosamente el sacrificio de
gran parte de nuestra vida familiar, sino también aconsejar e inspi-
rar ánimos de superación frente a cualquier momento de desfalleci-
miento. A Dios nunca agradeceré lo suficiente el don de su presencia
a mi lado y a que mi vida, siempre con ella, se vea enriquecida, van
dirigidas mis plegarias de cada día». El cónyuge de una persona no
es la media naranja. La unidad de un casado es el matrimonio y el
tratar a uno de los miembros del mismo aisladamente es amputar a
los dos. El «hasta que la muerte os separe» me parece un error;
sabemos que después de la muerte no hay sexualidad, pues ya no se
necesita la reproducción, pero la muerte no corta la trascendental
unión que supone el matrimonio. Pablo y Mercedes, Mercedes y
Pablo constituían y siguen constituyendo una hermosa unidad. El
animal enfermo que es el hombre padece a lo largo de su vida
muchas enfermedades, pero hay una, la definitiva, aquélla que nos
va a quitar la vida y que va a estar presente en nuestra muerte y que
por ello va a ser nuestra enfermedad, a la que por eso debemos
respetar y hasta amar. Recordemos el místico «Ven muerte tan es-
condida, que no te sienta conmigo...». La destrucción neuronal, la de
la sinapsis, que aparecen en el Alzheimer, va rompiendo las conexio-
nes de los enfermos con el perimundo, con los demás, lo que tanta
tragedia supone para los familiares de los enfermos, pero no sabe-
mos, no podemos saber porque no se deben a los circuitos nerviosos,
las relaciones que determinan nuestro yo; estoy seguro que Pablo,
como los demás enfermos, habrá mantenido largos, íntimos y enri-
quecedores coloquios consigo mismo. Por último, cristiano y católi-
co practicante; ya habrá comprobado lo que San Pedro nos dejó
escrito en su primera Carta: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro
Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de
233