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JOSÉ MIÑONES TRILLO  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

en íntima camaradería durante unas horas inolvidables. Del mismo
modo, la fiesta de licenciatura de Farmacia era el modelo en el que
se inspiraban las demás Facultades, ya que Don Pablo, con sus
buenas dotes de gestor, había conseguido que fuese subvencionada
por los Colegios Farmacéuticos de Galicia, tradición que todavía
continúa estando vigente.

    Para ser enteramente fiel a la realidad, debo decir que la unani-
midad a la hora de aceptar las actuaciones de Don Pablo como
Decano no fue absoluta, hecho que, por otra parte, resulta positivo,
pues todos somos conscientes de los peligros que conllevan las ad-
hesiones inquebrantables y las unanimidades absolutas. En este sen-
tido, tengo que indicar que existía un viejo colega de Don Pablo que
discrepaba de él de una manera evidente (a decir verdad, discrepaba
de todos) e, incluso, diría que tenía a gala demostrar públicamente
tal actitud, puesto que cuando subía a la tarima para dictar sus
clases y se encontraba con el atril que había utilizado Don Pablo
para sus explicaciones de la clase anterior, despectivamente lo des-
plazaba de un manotazo, significando con ello su rebeldía ante la
autoridad del Decano y su desprecio ante la necesidad de éste de
tener que utilizar unos guiones para sus explicaciones, algo que él
tenía a gala de prescindir. Es obvio que toda esta actuación teatral
era fomentada y jaleada por los alumnos que entre clase y clase
recogían el atril que previamente el bedel había retirado de la mesa
y lo colocaban encima de la misma para que el airado profesor
realizase el número diario del «atrilazo» ante el regocijo de todos.
No creo necesario relatar lo que sucedió el día en que los alumnos
decidieron clavar el atril contra la mesa.

    Después de tres años largos de Decano, Don Pablo pasó a ocupar
el Rectorado de la Universidad de Santiago a finales de 1974. No es
necesario indicar el orgullo que la nominación de Rector supuso
para toda la Facultad, yo diría que incluso para su enojado colega.
Por tercera vez en la Historia, un farmacéutico alcanzaba tan alto
honor en una Universidad de algo más de 500 años, como es la de
Santiago: el primero había sido el Profesor Casares Rodríguez, el
progenitor de la saga de los Casares (Casares Teijeiro, Casares Bes-
cansa, Casares Gil) y el segundo el Profesor Montequi, ambos cate-
dráticos de Química Inorgánica.

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