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F. LÓPEZ, G. GONZÁLEZ; S. JIMÉNEZ ANAL. REAL ACAD. FARM.
para participar en Cursos de Verano de El Escorial, Almería y Marbella. El
marco de estos cursos -en cierto modo aislante de las preocupaciones
cotidianas- propició largos paseos y conversaciones en los que tuvimos
ocasión de intimar, de contrastar nuestra identidad de criterio en aspectos
académicos; pero, también, de dirimir notables divergencias en otros que no
viene al caso citar. De este modo llegué a saber de su polifacética
humanidad y de su agresivo, aunque tambaleante, agnosticismo. Tuvo, en
fin, la deferencia de presentarme como candidato al sillón que ocupo en esta
Real Academia y de dar la réplica al Discurso de Recepción en marzo de
1995 (3).
Estas son las credenciales que me permiten hablar de Ángel Vian
como Rector; y , acaso, justificar las referencias a mi persona. En cuanto a
la subjetividad de mis apreciaciones he de decir -remedando a Chesterton
(4)- que “no pretendo ser imparcial porque el dato final de la amistad fija mi
entendimiento en cuanto que le satisface”.
Y finalizo este exordio reafirmando que , por encima de su título
protocolario, el Rector Magnífico Ángel Vian fue, en efecto, un magnífico
rector, a cuya figura conviene cualquier apelativo, por encomiástico que
sea. Lo fue, por sus saberes, por su conocimiento de la Universidad, por su
entrega y dedicación a la misma, por su rectitud, por su entrañable
humanidad.
Vian: Rector sabio y entregado
Como afirman todas los que han ahondado en su conocimiento,
Ángel Vian destacaba por su vasta cultura. Era un excepcional maestro, y
un científico investigador en el grado de excelencia, con una impronta de
humanismo que daba especial realce a su persona. Y aunque de la exégesis
de estas facetas de su personalidad se ocupan muy autorizadamente los que
fueron sus discípulos y amigos hasta el final, Profs. Federico López Mateos
y Segundo Jiménez, no me resisto a citar una anécdota, que me comentó la
que fue tan eficaz como leal colaboradora de su equipo, Mercedes de
Unamuno, ella lamentaba no haber podido regalarle un ejemplar de las
obras de su abuelo, D. Miguel, porque las tenía todas, por supuesto, leídas.
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