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A.
Moya
microorganismo.
Si
ya
de
por
sí
los
microorganismos
son
portadores
de
genomas
pequeños,
todavía
más
lo
sería
el
de
esa
bacteria
simbionte
(7).
Este
proyecto
tuvo
dos
fases
bien
distintas.
La
primera
abarca
el
periodo
durante
el
que
tuve
que
contactar
con
determinados
centros
de
investigación
y
agencias
estatales
de
financiación
para
estudiar
la
posibilidad
de
obtener
los
recursos
necesarios,
alrededor
de
un
par
de
cientos
de
millones
de
las
antiguas
pesetas.
El
número
de
secuenciadores
en
el
país
se
contaba
con
los
dedos
de
las
manos
(probablemente
de
una
mano);
eran
máquinas
realmente
caras,
y
muy
caro
también
el
coste
de
la
los
productos
químicos
correspondientes.
Había
que
concretar
y
contratar,
además,
el
equipo
humano
adecuado
para
llevar
a
cabo
la
biología
molecular
y
la
biocomputación
necesarias.
Y
todo
esto
conociendo
que
nos
estábamos
moviendo
en
el
contexto
de
una
alta
competencia
internacional.
En
el
momento
de
mi
propuesta
todavía
no
se
había
publicado
el
genoma
de
ninguna
bacteria
simbionte.
De
haber
existido
entonces
algo
parecido
al
actual
programa
de
ayudas
del
European
Research
Council,
no
me
cabe
duda
de
que
este
proyecto
hubiera
sido
uno
muy
bien
evaluado.
La
segunda
fase,
una
vez
que
conté
con
los
recursos
económicos
y
personales
adecuados,
conllevó
entusiasmar
con
el
proyecto
a
mis
propios
compañeros.
Algo
había
de
giro
copernicano
en
mi
propuesta
con
respecto
a
lo
que
veníamos
investigando
regularmente.
Más
de
uno
se
mostró
escéptico,
no
tanto
porque
no
encontraran
la
idea
apasionante,
sino
porque
veían
que
el
esfuerzo
que
suponía
llevar
adelante
una
iniciativa
de
semejantes
características
estaba
condenado
al
fracaso
si,
como
era
de
esperar,
otros
grupos
de
los
EEUU
y
el
Japón,
trabajando
en
lo
mismo,
acabarían
por
adelantarse.
Acepté
el
reto,
no
me
amilané
y,
no
sin
cierto
quijotismo,
tiré
adelante
con
algunos
de
ellos.
El
esfuerzo
fue
enorme,
también
debo
decirlo,
porque
las
grandes
ideas
se
resuelven
luchando
contra
las
circunstancias
que
el
día
a
día
impone,
la
administración,
la
burocracia,
los
concursos,
etc.
En
fin,
tuve
que
sortear
una
infinidad
de
obstáculos
que
acabaron
minando
mi
salud,
aunque
no
mi
voluntad
y,
desde
luego,
como
para
escribir
un
tratado
de
sociología
del
quehacer
científico
en
nuestro
país.
Siendo
la
inteligencia
un
componente
fundamental
de
la
creatividad
científica,
creo
que
no
es
suficiente.
Hay
que
añadirle
otro:
la
voluntad.
Tampoco
creo
que
el
binomio
inteligencia--voluntad
asegure
el
éxito
en
la
carrera
científica,
pero
sí
que
creo
que
lo
es
para
poder
desarrollar
ciencia
de
altura
(4).
¿Cuáles
han
sido
los
réditos
del
proyecto
que
les
acabo
de
relatar?
Pues
casi
sin
solución
de
continuidad
debo
manifestar
que
nos
hemos
aproximado
a
dos
campos
emergentes:
la
biología
sintética
(8)
y
el
microbioma
(9).
Hoy
es
palabra
de
uso
común
en
el
campo
de
la
biología
sintética
el
concepto
de
“célula
mínima”
o
la
configuración
mínima
de
genes
necesarios
para
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