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MARÍA TERESA MIRAS PORTUGAL AN. R. ACAD. NAC. FARM.
Agradecí de todo corazón la ayuda económica concedida, pero
hubo algo que agradecí si cabe más, y fue el descubrir su extensísi-
ma cultura, su profundo conocimiento del patrimonio artístico que
poseía Madrid y su lucha titánica por conservar cada piedra o cada
órgano antiguo de las iglesias más recónditas.
Al último que conocí fue a Ignacio, fue en Sevilla, en el palacio
del pabellón de Perú, restos de la exposición universal de los años
20. Éramos miembros del jurado para una plaza de Investigador del
Consejo para naturalistas del Parque de Doñana. Sus comentarios
atinados, su humor, y el conocer todas las reglas del juego en donde
lo de hoy prepara el mañana, me llamaron la atención, me di cuen-
ta de que poseía una fina inteligencia y con los pies en el suelo de la
realidad.
He dejado para el final a Antonio, Secretario de esta Real
Institución, pues es entrañable amigo, trabajador infatigable, serio en
todos sus actos, con una paciencia inagotable y además un excelente
sentido del humor. Cualidad a la que hemos tenido que acudir en mu-
chas e increíbles circunstancias. La Academia es deudora de su es-
fuerzo y de su buen hacer.
Ellos son la estirpe poderosa, en la que sus padres han unido la
genética y la esmerada educación. Ellos son la gran obra de María
Rosa. Ellos saben también que don Antonio, su padre, no les perte-
nece totalmente, que una parte de él es de esta Academia que solo
existe y tiene sentido cuando personas con el carácter y la sabiduría
de Don Antonio Doadrio López se integran en ella.
Permítanme que finalice estas escasas palabras de despedida con
unos versos de Walt Whitman:
No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.
No te dejes vencer por el desaliento.
No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,
que es casi un deber.
No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
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