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BARTOLOMÉ RIBAS OZONAS AN. R. ACAD. NAC. FARM.
a la Academia, al final de su vida, cuando nuestra buena amiga
académica María Cascales debió interrumpir acompañarle. Mi pro-
fundo deseo era el que pudiera haberle acompañado durante mu-
chos años, y mi gran tristeza que nos haya dejado.
Su presencia y puntualidad siempre fueron aleccionadoras, pues
era el primero en acudir a las citas. Recuerdo que en Munich, poco
antes de encontrarnos, pues yo vivía con mi familia, sobrevino una
tormenta con aguacero, pero Don Ángel ya estaba en el lugar acor-
dado. Nunca se molestaba, ni hacía comentario alguno si alguien se
retrasaba. Por su bondad era patente la justificación de los demás,
y consideraba que cada persona ponía siempre lo mejor de sí mismo.
En cierta ocasión, mientras estábamos a la espera en uno de los
Congresos Científicos, no recuerdo el motivo exacto, Don Ángel,
nos dijo: «Bartolomé, para el cristiano y el científico que piensa, las
esperas se hacen cortas». El cristiano porque tiene mucho que agra-
decer a Dios, y el científico que lo busca, porque tiene temas en qué
pensar.
Don Ángel podía haber vivido congratulándose de la calidad de
vida alcanzada, pero no, cuando le entregaba para supervisar una
tesina (ahora el DEA = diploma de estudios avanzados), tesis o tra-
bajo científico, me lo devolvía a las pocas horas, o al día siguien-
te. Mi primer pensamiento era por cuestiones de forma o título.
Todo lo contrario, estaba totalmente corregido y en la forma que se
podía aprender de él. Aún así, se disculpaba de haber metido el
lápiz. Para mí era un aprendizaje de lo que era una persona madura,
y hechos similares eran clarificadores de su personalidad. Vivía como
si Dios le dijese: ¿quieres tener una vida muelle? No amigo mío, ese
no es tu camino..., estás aquí para servir. Don Ángel lo tenía claro,
estaba ahí para servir.
El espíritu humano, que imprimió en el Departamento de Bioquí-
mica, fue el mejor de todos por los que he pasado en mi vida pro-
fesional en España y en varios países extranjeros, de Europa y de
América. A Don Ángel le gustaba la música, yo pensaba en aquella
época y lo comentaba con mi mujer, que tenía organizado el Depar-
tamento como una orquesta, como en mi casa, que cada hijo estaba
responsabilizado de un instrumento, en su Departamento, cada uno
de nosotros estábamos responsabilizados de una faceta, aparato,
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