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BARTOLOMÉ RIBAS OZONAS  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

    Pronto me llamó la atención que Don Ángel era un hombre que
tenía un espíritu universal, pues se interesaba por todos los proble-
mas que importaban a la persona humana y, como científico, se
interesaba y buscaba la verdad y la belleza. En el ámbito de la
amistad, que me ha correspondido hablar en esta sesión, quienes
hemos tenido la suerte de ser sus amigos, los temas preferidos eran,
creo resumir bien, la familia, el trabajo y la religión. Me daba a
conocer a su familia y se interesaba por la nuestra. Comenzaba
preguntándome por mi mujer, mis hijos, mi madre, por el trabajo.
Se interesaba por la sociedad, el clima, además de los temas que
se acaban de mencionar y de otros, algunos de los cuales les expon-
dré seguidamente como recuerdo. Los avances de la tecnología y
el desarrollo; temas de medicina, científicos y literarios, la malnu-
trición y la necesidad de ayuda a los países subdesarrollados. El
significado biológico y toxicológico de los elementos minerales, los
oligoelementos, sobre el que ya se disponían publicaciones diversas
y que me había confiado para investigar, era uno de los temas en el
que Don Ángel tenía especial interés. Esta línea de investigación
evolucionó hacia el significado biológico y toxicológico de la meta-
lotioneína, la separación de sus formas moleculares y su significado
principalmente como bioindicador de polución ambiental en espe-
cies diversas y en los seres humanos.

    Don Ángel y Doña Carmen, siempre risueños ambos, nos recibie-
ron en su casa con una profunda hospitalidad y se interesaban por
todo lo que podía afectarnos. Nos atendían con amabilidad y cariño,
y se vivía en su casa un ambiente de estudio y de trabajo. En el
ámbito de lo humano, se palpaba cordialidad y generosidad con sus
numerosos discípulos. Muchas gracias, Doña Carmen, por el cariño
que nos ha transmitido, y por el que nos hemos sentido acogidos en
su casa. Le manifiesto como también a sus hijos Mamen, Eduardo,
Mari Chari y Miguel Ángel, que siento profundamente haber perdido
en su marido y vuestro padre y abuelo, un admirable maestro, exce-
lente persona y un amigo sin igual.

    Don Ángel era un hombre agradecido, y lo practicaba, pues aún
después de su muerte, recibí una tarjeta manuscrita desde la clínica,
que su hijo Eduardo me hizo llegar. Le oímos decir en uno de sus
discursos, hace ya años, que: «ser agradecido es de bien nacido». En
lo que a mí respecta, el filósofo von Hildebrand, tío-abuelo de mi

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