Page 226 - 71_04
P. 226
MANUEL DOMÍNGUEZ CARMONA AN. R. ACAD. NAC. FARM.
El trabajo y Segundo
Me pareció oportuno recordar alguna característica que a Segun-
do le hubiera agradado que yo mencionara y por ello pregunté a su
mujer, Ana María, nuestra amiga, qué faceta vital debería destacar;
sin titubear me dijo que su amor al trabajo, que el trabajo era su
norte y su guía, «superior al que tenía a su familia». Más de una vez
oi eso mismo de mi mujer, y probablemente ese alegato lo hayamos
oído casi todos. Pero esa, digamos acusación, no es cierta. El amor
al trabajo, la satisfacción del deber cumplido, de la obra bien hecha,
está indisolublemente unido el amor a la familia. Hasta los honora-
rios, con los que a veces se compensa nuestro trabajo, redundan en
nuestra familia. Cuando llegábamos tarde a casa, cansados del tra-
bajo universitario, lo prolongábamos en el hogar, preparando la cla-
se del día siguiente, no abandonamos a la familia: ella estaba en los
libros, en los tubos de ensayo, en las sesiones científicas, aunque no
se notara, aunque no se expresara. En este caso concreto he sido
testigo del amor de Segundo a su familia, a vosotros, querida Ana
María, que yo tal vez por tener mi sensibilidad aumentada, aprecia-
ba en mil detalles. Pero tenemos la propia confesión de Segundo que
en su discurso de ingreso: «Ahí están mi mujer, Ana María, y mis
hijos: ellos son los auténticos acreedores del tiempo que yo he dedi-
cado a tesis, tesinas, publicaciones, trabajos y memorias de oposi-
ción. Ellos no han tenido la compensación de sentirse autores y ni
siquiera les he dedicado esa convencional frase de reconocimiento
con la que cortésmente se agradece una colaboración. Pero, es más,
ellos no sólo han sido pacientes y silenciosos, sino también entusias-
tas animadores de mis empeños universitarios y científicos. Por ello,
mi recuerdo no sólo es de gratitud, sino de justicia».
El año 2004 fue un Annus horribilis para nuestra Academia en el
que se produjo el fallecimiento de cinco Académicos de Número.
Similarmente a la «Comunión de los Santos», la Academia tiene su
tesoro: los Académicos que nos han precedido y cuyas pérdidas
hemos sufrido pero que nos han dejado su obra y ejemplo y que
contribuyen al Tesoro espiritual de nuestra Institución. Por todo ello
en esta tarde de reconocimiento a nuestro compañero deseo trans-
mitir nuestro pesar, pero también nuestra felicitación a la familia en
la que nació y educó, representada en sus hermanos y especialmente
988