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JOSÉ ANTONIO CABEZAS FERNÁNDEZ DEL CAMPO AN. R. ACAD. NAC. FARM.
I
Como estudiante en la entonces nueva y siempre acogedora Fa-
cultad de Farmacia madrileña de la Ciudad Universitaria de finales
de la década de 1940, yo «conocía de vista» la prestigiosa figura del
joven Catedrático de Bioquímica, siempre elegantemente vestido, a
menudo con trajes de franela gris (de bien cortada chaqueta cruza-
da), confeccionados con finos paños que —luego supe— procedían
de las acreditadas fábricas bejaranas pertenecientes a su distinguida
familia política.
Realmente, mi primer contacto con él tuvo lugar en una mañana
de comienzos de octubre de 1950 —cuando Don Ángel contaba tan
sólo treinta y ocho años—, en uno de esos días en que desde nuestra
Facultad se divisaba la cara sur de la sierra madrileña con toda su
pureza cromática pintada por Velázquez, y se gozaba de la suave
temperatura propia del luminoso y prolongado otoño típico de esta
Villa y Corte.
En el aula, en la primera clase de «Bioquímica Estática», tomá-
bamos rápidamente notas numerosos alumnos entre los que venían
destacando algunos como los hoy Académicos Manuel Losada,
Gonzalo Giménez, Julio Rodríguez Villanueva, Manuel Ruiz
Amil, además de quien era para todos nosotros asesor y amigo: el
malogrado Avelino Pérez Geijo (fallecido en la década de 1970).
Muy a comienzos de octubre de 1951 —pues Don Ángel no perdía
ni un día entre el de la inauguración oficial del curso académico y
el de su primera clase—, iniciábamos el estudio de la «Bioquímica
Dinámica», en el sexto y último año de carrera. Al terminar su ex-
plicación —después de despedirse Don Ángel con su frase habitual:
«y el próximo día continuaremos»— dijo (tengo entendido que por
sugerencia previa de su colaborador y enseguida Catedrático Vicen-
te Villar Palasí): «Dos de ustedes, que tengan buen expediente y
deseen hacer el doctorado en esta Cátedra, pueden venir ahora a mi
despacho».
Y al sobrio, ordenado, bien amueblado y repleto de libros despa-
cho de Don Ángel acudimos otro compañero —Jesús Bermejo— y
quien les habla, que no estábamos —a diferencia de otros colegas—
vinculados mediante ningún compromiso (tácito ni explícito) ni
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