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VOL. 71 (4), 951-963, 2005 NECROLÓGICA DON SEGUNDO JIMÉNEZ GÓMEZ
superación continua y en su evolución natural desde la química
hasta la estrategia de producción en la industria química.
Por si fuera poco, en aquellos años se puso en marcha el Instituto
de Medicina y Seguridad en el Trabajo que, dirigido por el excelente
profesor Don Manuel Bermejillo, preparó las primeras promociones
de Médicos de Empresas. Don Ángel Vián fue llamado a colaborar
en aquel primer claustro de profesores por la trascendencia de los
contaminantes químicos en los ambientes laborales y detrás fuimos
el Doctor Jiménez y yo mismo para impartir clases prácticas e ini-
ciar esa doctrina que hoy es objetivo del quehacer en las instalacio-
nes de fabricación: Producción, Seguridad y Protección del Medio
Ambiente.
Y, además, dirigía eficazmente mi tesis hacia su final. Don Ángel
que escribía como los ángeles, aunque tenía un genio endemoniado,
apretaba las clavijas a Don Segundo, que llegó a escribir tan bien
como él, y yo, que preparaba los originales recibía, merecidamente,
improperios en cascada de todos los colores cuando leían y me co-
rregían los borradores de la tesis que salió muy bien.
En este conjunto de recuerdos que nos acercan a Segundo Jimé-
nez, ahora por su gramática y literatura, no quiero silenciar la eficaz
colaboración de Isabel Álvarez Barral, que siempre ha puesto la
guinda de la calidad, de la exactitud de los términos, de la pulcritud
exquisita en nuestros escritos.
Al poco tiempo de defender mi tesis doctoral fui destinado a la
sección de Instalaciones Industriales que dirigía el hoy profesor
Ángel Romero González, catedrático emérito de Química Industrial
de la Universidad de Alcalá de Henares, compañero inseparable y
amigo entrañable del Profesor Jiménez desde que en octubre de
1952 se embarcaran juntos en la aventura del INI. Ellos dos fueron
los más estrechos colaboradores de Vián, responsables de la infraes-
tructura científica y técnica de la investigación aplicada y el desarro-
llo en planta piloto de los procesos. Ángel Romero recuerda con
emoción y nostalgia al amigo que participó de sus inquietudes pro-
fesionales y humanas en 52 años de vida: «tenía una capacidad de
trabajo envidiable, para él no existía el cansancio, su aguda perspi-
cacia analítica ofrecía siempre un abanico de resultados desde el que
humildemente te aconsejaba siempre el mejor». También discutían,
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