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P. ACEVES PASTRANA  AN. R. ACAD. NAC. FARM.

con un hospital general moderno que diera servicio a la numerosa
población de la capital del virreinato. La organización y estructura
del nuevo nosocomio plasmada en las Constituciones para su gobier-
no, emitidas por el arzobispo administrador Antonio Núñez de Haro
y Peralta en 1790, manifiestan claramente que se trata de un hospi-
tal destinado a otorgar una atención de acuerdo a los cánones de los
adelantos de la medicina moderna en sus diferentes secciones de
medicina, cirugía y farmacia (28).

    Con relación a la botica se habían hecho construir oficinas, alma-
cenes, hornos y una cómoda habitación para el boticario mayor y
sus dependientes. La botica estaba provista de las existencias de la
que fuera la botica del Hospital del Amor de Dios y de los «géneros
y efectos de los más selectos y escogidos» provenientes de España,
Manila, Perú y Guatemala. Para auxiliar al boticario en sus labores
se designaron un oficial mayor, tres oficiales menores, boticarios,
aprendices y tisaneros; los oficiales debían acompañar a los médicos
y cirujanos en sus visitas a los enfermos para anotar en un libro
recetario las disposiciones de ambos.

    Con el fin de mantener la instrucción del personal, la constitu-
ción 199 ordenaba que, al igual que en la botica del Hospital General
de Madrid, se tuvieran conferencias de química, farmacia y botánica
tres veces a la semana a cargo del boticario mayor. Mientras tanto,
los oficiales acudirían a la cátedra de botánica (29).

    Al parecer el aprovisionamiento de la botica empezó desde 1786
y para 1792 el monarca declaraba que era la mejor botica del reino
y «la más proveída». Para esta fecha Vicente Cervantes había aban-
donado su botica particular en la calle de Zuleta para pasar a ocupar
el puesto de boticario mayor en el Hospital de San Andrés.

    La descripción de la botica en 1802 era la siguiente, «armazón de
última moda, su frente cubierto de cristales... la mesa de madera
fina, dos reberberos, todo nuevo porque hace dos años que se estre-
nó» (30). Entre sus utensilios contaba con 17 cazos grandes y 6
chicos; 3 alambiques, una olla grande y dos medianas; dos cántaros
de cobre, almireces, morteros, tompeates, frascos y vasijas. Los li-
bros contables indicaban que las entradas de la botica ascendían a
20,65 pesos y las salidas a 9,000 pesos, por lo que la existencia total
del almacén y botica sumaban 11,615 pesos.

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