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F. LÓPEZ, G. GONZÁLEZ; S. JIMÉNEZ ANAL. REAL ACAD. FARM.
componentes del problema –alcohol etílico- y creía tener bien orientada la
del otro, aunque se me presentaban algunas dudas sobre si era aceite de
ricino o ácido ricinoléico.
¿Para qué tiene Vd el olfato? – me preguntó-. Y en aquel momento
mi mente se colmó de pedantería, o quizá mejor de inmadurez, hasta el
punto de que le repliqué que “conocía muchos procedimientos de análisis
químico rigurosamente científicos, pero el olfato no figuraba entre ellos”.
¡Pues el olfato –me contestó, a su vez- no será un procedimiento
rigurosamente científico, pero es muy útil!. Aún insistí en mi tozudez, y le
contesté una nueva tontería: “¿Y si no tengo olfato?”. “¡Pues si carece de
olfato –me dijo terminando nuestro diálogo- tiene Vd. un “handicap” (ésta
fue su expresión exacta) enorme para ser buen Químico!” Y salió del
Laboratorio cerrando la puerta con cierto impulso. Después me dijeron que
era Angel Vian, Jefe de Laboratorio en aquel Centro y Catedrático de
Química Técnica; es obvio, que esta última condición era bien conocida por
mí. ¡Comprenderán mí sorpresa y, sobre todo, mí susto!.
Di como resultado etanol y ácido ricinoléico, pero sólo fue
correcto el primero; el segundo era aceite de ricino. ¡Verdaderamente hacía
falta el olfato!.
A la mañana siguiente, mientras realizaba el último ejercicio
práctico, un empleado me hizo saber que el Dr. Vian quería verme. Al
terminar el examen entré en su Laboratorio y me dijo: “¿qué le pasó a Vd.
ayer?” Le contesté lo que pude y como pude; eso sí, con una buena dosis de
humildad con la que intentaba hacer olvidar la pedantería del día anterior.
Después, añadió: “No está Vd. peor que los demás. En el supuesto de que
apruebe ¿querría trabajar conmigo?”. En aquel momento por mi mente pasó
de todo: ¡sorpresa, admiración, gratitud, reconocimiento tardío por el
consejo que no había oído!. No sé, mil cosas más. Por primera vez percibí
su humanidad, y agradecí la ayuda que me brindaba, al ofrecerme una
salida a lo que mi actuación del día anterior tenía de fracaso. Pero, quizá, lo
más importante fue que en aquel momento entendí, creo que para siempre,
que ni la pedantería ni la tozudez son buenas consejeras. Así recibí la
primera enseñanza de D. Ángel; que no fue científica sino expresión de su
capacidad para comprender a las personas que llegaban a su entorno.
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