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Solo con ese profundo sentido de la libertad propia y de la libertad ajena, un maestro puede engendrar maestros. Y dar
origen a una cadena de transmisión que no tiene fin y que es su mejor legado.
Recuerdo que en una ocasión otra colega y yo decidimos presentarnos a unas oposiciones. Don Jesús no estaba de
acuerdo con nuestra decisión, no le parecía acertada. Nos puso algunas objeciones, pero nos dejó hacer. Efectivamente,
tenía razón y no las sacamos.
Cuando volvimos a contárselo, nos dijo: pues he rezado mucho. Pensamos que era un gesto bonito, rezar para que
superásemos la prueba. Pero nos dijo: no, no, he rezado para que no aprobarais. Rezaba por lo que pensaba que era mejor
para nosotros, pero nos dejaba la libertad de acertar y la libertad de equivocarnos, como hacen las personas magnánimas.
6.- El último rasgo de los auténticos maestros, que me conmueve mencionar, es la lealtad.
Conocí a don Jesús cuando empecé la universidad, apenas una niña. Y no dejé de recibir su ayuda y su consejo hasta su
muerte, cuarenta años después. En ningún momento, insisto, ni un año, ni un mes, ni un día, dejé de percibir su cercanía y
su aliento, aunque pasáramos largas temporadas sin hablar o sin vernos, especialmente durante los años que dediqué a la
actividad política, muy absorbente.
Él estaba siempre ahí, para lo que yo necesitara, sin pedir nada. Orgulloso de mis éxitos, preocupado por mis problemas.
Se hacía a veces el despistado, como quien no presta atención, porque nunca quería ser pesado, pero estaba siempre
pendiente. Tenía mucho pesquis.
Un verdadero maestro está contigo cuando te va bien y cuando te va mal. ¿Puede decirse algo mejor?
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Me gustaría terminar con unas palabras de otro maestro que parecen describir nuestra época: “La admiración, y mucho
más la veneración, se han quedado anticuadas. Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo.
Cuando se eleva el incienso se hace ante atletas, estrellas del pop, los locos del dinero o los reyes del crimen. La celebridad,
al saturar nuestra existencia mediática, es lo contrario de la fama... ¿Ante quién se ponen en pie los alumnos? Plus de
maîtres!, ¡más maestros!, proclamaba una de las consignas que florecieron en las paredes de La Sorbona en mayo de 1968”.
Sí, ¡más maestros! Los necesitamos. Como se ha señalado acertadamente, “el deseo de conocimiento, el ansía de
comprender, está grabada en los mejores hombres y mujeres. También lo está la vocación de enseñar. No hay oficio más
privilegiado. Despertar en otros seres humanos poderes, sueños que están más allá de los nuestros; inducir en otros el amor
por lo que nosotros amamos; hacer de nuestro presente interior el futuro de ellos: ésta es una triple aventura que no se
parece a ninguna otra”.
Por eso, quienes hemos tenido la suerte de contar con maestros como el profesor Larralde, como don Jesús, podemos
unirnos a ese grito revolucionario que sigue siendo actual: ¡más maestros, necesitamos más maestros! Ojalá el grito sea
escuchado.
He dicho.
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