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Maestro de ciencia y vida

                             Yolanda Barcina Angulo

                                Académica de Número de la Real Academia Nacional de Farmacia

    Excelentísimo Sr. Presidente de la Real Academia Nacional de Farmacia, Excelentísimas Sras. y Sres. Académicos,
Queridos amigos, Señoras y Señores:

    Nos hemos reunido para recordar con respeto y afecto al profesor y académico Don Jesús Larralde, conocido y querido
por muchos de nosotros.

    Tuve ocasión de mencionar con agradecimiento su nombre el día de mi ingreso en esta Academia. Entonces cité unas
palabras que Albert Camus escribió al profesor Germain pocos días después de recibir el Nobel de Literatura en 1957: “Sin
usted […], sin su enseñanza, no hubiese sucedido nada de esto”.

    Salvando las distancias, puedo decir lo mismo de mi propio maestro, quien me acompañó a lo largo de toda mi carrera
universitaria y de toda mi vida, en realidad.

    Gracias a él me honro de pertenecer a esta ilustre comunidad académica que hoy le recuerda.
    Por cierto, es una alegría participar en este acto, también porque, con palabras de un maestro de la cultura
contemporánea, “una sociedad como la del beneficio desenfrenado, que no honra a sus maestros, es una sociedad fallida”.
Con actos como este podemos decir exactamente lo contrario.
    En mi caso, puedo afirmar que he tenido la suerte y el privilegio de encontrarme con numerosas personas de las que he
aprendido mucho, también en los últimos tiempos. Por eso, estoy convencida de que nunca se deja de aprender. Siempre hay
que estar abiertos, mantener la curiosidad y la reverencia ante lo más noble y lo más bello.
    Con todo, el profesor Larralde fue mi maestro en el sentido más hondo de la palabra. Fue mi profesor en la Universidad,
me animó a hacer y dirigió mi tesis, me orientó en las sucesivas oposiciones que realicé, me aconsejó cuando decidí entrar
en el mundo de la política y me apoyó durante 40 años, hasta su fallecimiento.
    Todo ello me ha llevado a plantearme estas preguntas: ¿qué es un maestro, qué se necesita para desempeñar esa misión
tan elevada? Con palabras de George Steiner, que ha publicado páginas sublimes sobre este tema, “¿qué es lo que confiere a
un hombre o a una mujer el poder de enseñar a otro ser humano? ¿Dónde está la fuente de su autoridad?”
    Teniendo en mente mi experiencia personal con el profesor Larralde, permítanme mencionar seis rasgos que observé en
su modo de ser y de actuar y que pienso que se pueden considerar como requisitos para adquirir la condición de maestro.
    1.- El primero y más básico es la ciencia. Nadie puede enseñar si no sabe. Un maestro es alguien que recorre el camino
antes que nosotros, que va por delante durante años, que llega más lejos y conoce los obstáculos que nos vamos a encontrar,
las desviaciones del camino recto que debemos evitar. Sin esa base, otras cualidades como el brillo y el éxito quedan
eclipsadas.
    Porque esto del magisterio es algo muy serio. Tiene que ver con el avance de la ciencia, de forma encadenada, sin
rupturas, de una generación a otra. Como decía en otro contexto el fundador de la Universidad de Navarra, hogar académico
del profesor Larralde, el maestro consigue que sus discípulos continúen a partir del punto al que el maestro ha llegado.
    Un discípulo de Karl Popper escribió: “los pocos años que pasé en estrecho contacto con él son los más decisivos de
toda mi vida. De él aprendí cómo hay que escribir y cómo no hay que escribir, cómo hay que discutir y cómo no hay que
discutir, qué es importante y qué no lo es, y cómo hacer uno su trabajo lo mejor posible”.
    Algo parecido puedo decir yo. El alfabeto de la ciencia es lo primero que enseña un buen maestro. Don Jesús nos hacía
trabajar. No se conformaba con resultados mediocres.
    Eran famosos los seminarios que organizaba los sábados por la mañana. Nos convocaba y creaba un ambiente cordial,
donde no faltaban el café y los chocolates. Lograba que trabajáramos, y además con mucho gusto, que no es poco arte. Él
mismo se aseguraba, con esa pillería tan suya, de que no faltáramos a esas citas. Sacaba una fotografía cada sábado; como
fondo, la pizarra, donde hábilmente escribía la fecha. Así sabía quién había asistido y quién no a cada seminario. Conservo
aún alguna de esas fotografías.
    Combinaba la cordialidad con la exigencia. A su lado lo pasábamos bien, disfrutábamos, nos reíamos. Nunca hablaba
mal de nadie, no tenía enemigos: lo que tenía era muchos amigos, a los que apoyaba siempre. ¿Cómo no seguir a un maestro

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