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Jorge
Enrique
Machado--Alba
INTRODUCCIÓN
La
insulina
humana
fue
el
primer
medicamento
de
origen
biotecnológico
desarrollado,
obtenida
a
partir
de
las
técnicas
diseñadas
con
DNA
recombinante
empleando
E.
coli.
Este
gran
avance
abrió
la
puerta
para
el
desarrollo
de
un
gran
número
de
nuevos
fármacos
que
parece
pueden
ser
capaces
de
controlar
enfermedades
que
hasta
ahora
eran
incurables.
En
especial,
la
evolución
de
conocimientos
adquiridos
sobre
las
bases
moleculares
del
cáncer
ha
llevado
a
generar
medicamentos
con
la
capacidad
de
actuar
sobre
receptores
específicos
de
factores
de
crecimiento
involucrados,
o
en
vías
de
regulación
de
la
actividad
intracelular
o
sobre
defectos
en
la
reparación
del
DNA,
en
la
apoptosis
e
incluso
en
la
angiogénesis
tumoral.
Las
herramientas
primarias
para
la
inhibición
de
estos
objetivos
son
los
anticuerpos
monoclonales
(con
el
sufijo
MAB
de
Monoclonal
Anti
Bodies)
que
pueden
atacar
receptores
de
superficie
o
logran
ingresar
a
la
célula
por
tratarse
de
moléculas
pequeñas
que
modifican
la
actividad
de
enzimas
críticas
(sufijo
NIB)
(1).
Los
anticuerpos
monoclonales
son
inmunoglobulinas
diseñadas
para
actuar
sobre
blancos
terapéuticos
definidos,
con
el
fin
de
detener
un
proceso
patogénico
específico,
o
estimular
una
acción
celular
o
incluso
desviar
un
mecanismo
celular
hacia
otra
vía.
La
producción
se
fundamenta
en
el
desarrollo
de
linfocitos
B
inmortales
que
son
modificados
por
biotecnología
para
generar
una
inmunoglobulina
(Ig),
que
según
su
nivel
de
pureza,
podrá
ser:
murina
(derivada
de
roedores,
en
la
denominación
una
“o”
precede
al
sufijo
“mab”
como
en
ibritumomab);
quimérica
en
que
toda
la
Ig
es
humana,
excepto
la
región
variable
que
es
murina
(“xi”
precede
el
mab,
como
en
el
rituximab);
humanizada,
cuando
toda
la
Ig
es
humana,
con
excepción
de
la
región
complementaria
variable
que
es
murina
(“zu”
precede
el
mab,
como
en
natalizumab);
finalmente,
puede
ser
completamente
humana
(“u”
antecede
el
mab,
como
en
adalimumab)
(2).
Los
anticuerpos
monoclonales
antagonizan
la
función
de
receptores
de
la
superficie
celular
y
reclutan
células
inmunitarias
sin
complemento
al
complejo
antígeno
–
anticuerpo
con
lo
que
logran
la
destrucción
de
células
tumorales.
Pueden
ser
elaborados
para
que
transporten
toxinas
o
radionúclidos
a
las
células
de
interés
con
lo
que
aumentan
los
efectos
citotóxicos.
Generalmente
son
específicos
para
un
solo
receptor,
tienen
una
vida
media
de
eliminación
(t1/2)
prolongada
y
se
pueden
administrar
intermitentemente
(1).
Las
moléculas
pequeñas
pueden
atacar
los
mismos
objetivos
y
vías
que
los
anticuerpos
monoclonales,
pero
pueden
además
penetrar
las
células
y
actuar
sobre
una
o
múltiples
funciones
enzimáticas,
tienden
a
ser
sustratos
del
sistema
microsomal
hepático
y
poseen
vidas
medias
de
eliminación
de
12
a
24
horas,
por
lo
que
se
deben
administrar
a
diario
(1).
Actualmente
se
encuentra
un
gran
número
de
medicamentos
de
origen
biotecnológico
disponibles
en
un
mercado
que
sigue
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