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A.
G.
BUENO
con
las
palabras
y
las
ideas
de
quienes,
en
los
años
de
postguerra,
supieron
elevar
el
nivel
de
la
investigación
realizada
en
España
a
cotas
próximas
a
las
de
los
países
de
nuestro
entorno
europeo
y
que
ahora
nos
proporcionan
un
valioso
material
para
la
historia
y
para
la
meditación.
Cada
autor
aporta,
sobre
un
guión
flexible
proporcionado
por
la
editora,
el
relato
de
su
propia
vivencia,
de
sus
recuerdos
de
ese
‘camino
de
rosas
con
todas
sus
espinas’
que
constituye
su
historia.
No
hay
dogmas,
no
hay
intereses
que
dirijan
a
los
protagonistas
hacia
una
idea
preconcebida,
no
hay
direccionalidad
hacia
unas
conclusiones
predeterminadas
que
resulten
‘políticamente
correctas’.
Cada
testimonio
es
una
reflexión
personal
--más
o
menos
crítica,
más
o
menos
compartida--
sobre
la
realidad
social,
política
y
económica
en
la
que
le
tocó
vivir.
Las
vivencias
y
las
experiencias
se
contemplan
siempre
de
forma
subjetiva;
y
así
se
nos
muestran
en
este
volumen
compilatorio;
es
el
lector
quien,
de
la
lectura
de
todas
las
aportaciones,
deberá
formar
un
juicio
crítico
de
las
dificultades
--y
de
los
logros--
de
la
investigación
en
los
años
de
post--guerra,
de
los
mecanismos
utilizados
para
aumentar
la
visibilidad
internacional
de
nuestro
trabajo
y
de
los
esfuerzos
por
hacer
llegar
a
la
sociedad
los
beneficios
que
la
investigación
conlleva.
Es
mucho
lo
que
se
ha
avanzado
en
la
investigación
biomédica
en
España;
entre
las
mermadas
ayudas
gestionadas
a
través
de
‘apoyos
personales’
y
las
políticas
científicas
bosquejadas
por
la
Comisión
Asesora
de
Investigación
Científica
y
Técnica
(1958)
y
desarrolladas
por
la
Comisión
Interministerial
de
Investigación
Científica
y
Técnica
(1986)
que
pusiera
en
vigor
la
Ley
de
fomento
y
coordinación
general
de
la
investigación
científica
y
técnica
(1986)
--ya
de
por
si
toda
una
demostración
pública
de
interés
por
la
ciencia--,
existe
un
evidente
avance;
desde
los
oscuros
sótanos
de
las
Facultades
universitarias,
espacios
desechados
para
actividades
docentes,
a
los
modernos
centros
de
investigación
–
algunos
en
exceso
ampulosos--
hay
otro
indudable
avance;
desde
unos
hospitales
concebidos
como
refugio
de
pacientes
crónicos
o
incurables
a
los
actuales
espacios
de
atención
especializada,
con
centros
de
investigación
anejos
diseñados
para
avanzar
en
la
prevención,
diagnóstico
y
tratamiento
de
las
enfermedades,
se
observa
otro
marcado
avance.
La
inversión
ha
dado
sus
frutos;
desde
ocupar
un
lugar
irrelevante
en
el
ranking
internacional
a
que
alguno
de
los
centros
de
investigación
española
–y
de
los
investigadores
que
en
ellos
trabajan--
se
sitúen
entre
los
diez
primeros
del
mundo
(SIR
World
Report
2012.
Global
Ranking),
también
hay
un
incuestionable
avance.
Este
progreso
se
debe,
en
parte,
al
aumento
de
la
financiación
--pública
y
privada--,
pero
sobre
todo
al
esfuerzo
–continuo
y
perseverante--
de
quienes
pese
a
la
inestabilidad
profesional,
la
complejidad
de
compaginar
la
vida
profesional
con
la
personal,
el
menguado
beneficio
económico,
la
presión
burocrática
y
la
rigidez
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