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enriquecido con proteínas, la manera de distribuir los fertilizantes, los problemas de
todas las vertientes estudiadas en el Instituto. Todo ello era un buen entrenamiento para
un investigador joven como yo, que tenía que comenzar por hacer bibliografía de cada
tema y cambiar continuamente de problema, y que, además, no tenía base Agroquímica
sino tan sólo Bioquímica. Pero me fue muy útil.
Una vez me llamó D. Eduardo y me encargó, personalmente, que revisara el
protocolo que estaban utilizando de distribución de un fertilizante con P 32. Dicho
protocolo se había confeccionado dando por supuesto que la distribución del fertilizante
era un problema de dilución isotópica. Yo tenía experiencia, conocía bien lo que
realmente significaba la dilución isotópica de un isótopo, porque, además, acababa de
realizar los cursos para usuario de isótopos en la Junta de Energía Nuclear, en Madrid.
Estudié, profundamente, la cuestión y llegué a la conclusión de que aquello no era un
problema de dilución isotópica. El día fijado para la reunión con D. Eduardo, con el Dr.
Casas y con los de la Sección que tenían el problema, me decían “no digas que no es
una dilución isotópica, se va a enfadar D. Eduardo, no le va a gustar nada”. Yo estaba
algo tensa, tenía mi exposición sumamente preparada. Previamente, me habían hecho
los compañeros todo tipo de recomendaciones: mi conveniencia o no de contradecir el
protocolo, que si alguien no formado en el Instituto no podía ir a contar, y a decir, que
aquello estaba equivocado; en fin, un buen preámbulo para estar tensa. Recuerdo aún su
mirada penetrante cuando empecé a hablar en el encerado, y cuando comencé a exponer
mis razones, y puse la formula de la dilución isotópica. Expliqué porqué creía que
aquello no lo era. Finalmente, y después de un silencio, D. Eduardo dijo simplemente:
“La chica tiene razón eso no es una dilución isotópica” y aceptó, absolutamente, mi
propuesta de protocolo.
Primo Yúfera era ante todo un investigador en busca de la verdad en las
cuestiones. Sin más recovecos, ni tensiones, D. Eduardo era un buscador de la verdad
con honestidad. Por ello, y por su gran capacidad de trabajo, pudo realizar la gran labor
que hizo en Valencia.
Unos meses antes de trasladarme a Madrid, D. Eduardo me llamó para decirme
que si yo estaba de acuerdo él tenía la posibilidad de pedir una plaza de Colaborador
para el Centro y yo podría presentarme a la oposición. Para mi era muy importante, yo
estaba en Comisión de Servicio, subía de categoría y me quedaba en Valencia, pero mi
marido y yo pensábamos ya pedir Madrid y venirnos. Por ello le contesté: “Para mi
sería una gran oportunidad, pero no quiero que usted la pida, la saque y luego yo me
vaya a Madrid. Creo que no engañaría a nadie, pero menos lo haría con usted”.
El Dr. Primo agradeció siempre mi gesto, que él evidentemente merecía. Cuando
fue Presidente del Consejo, si yo pedía verle siempre encontró un momento para
recibirme. D. Eduardo Primo Yúfera perteneció a una generación que trabajó muy duro,
y en muy malas condiciones, y los que le seguimos tendremos siempre una deuda de
gratitud con él. Su figura y su trabajo ahí están para manifestarlo.
La ciudad de Valencia le ha rendido, finalmente, muchos honores, pero los que
le conocíamos, sabemos que son profundamente merecidos y ganados por él. Hoy, aquí,
no hemos hecho más que manifestar nuestro afecto y tratar de destacar su figura en su
contexto.
Evidentemente su familia, su esposa e hijos, pueden estar muy orgullosos de él y
también lo puede estar la Real Academia Nacional de Farmacia por su acierto al elegirle
Académico de Honor de esta Real Corporación.
He dicho