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VOL. 71 (4), 993-1005, 2005 NECROLÓGICA DON ÁNGEL SANTOS RUIZ
VIII
Antes de concluir, ruego me permitan indicar que a sus hasta
ahora mencionadas cualidades —inteligente en grado sumo, trabaja-
dor incansable, generoso con sus compañeros y colaboradores, reli-
gioso y respetuoso con las ideas ajenas (como mínimo)— deban aña-
dirse, aunque sea brevemente, dos más: la de su rectitud de conducta
y su sentido del humor.
Su honradez le condujo a «fidelidades que en ocasiones no son
rentables» (3), como él acertadamente expresó, llevando a la práctica
la frase de su admirado A. Maurois, según la cual, «la vida es dema-
siado corta para que pueda ser mezquina» (3).
Su sentido del humor, no siempre conocido por algunas personas,
aunque sí por los más allegados, lo mantuvo hasta el momento de
entrar finalmente en el quirófano, según me dijo su hija Mari-Car-
men hace poco tiempo.
IX
Gracias a su excelente salud (cuidada con ejercicios físicos y
dieta austera), Don Ángel ha llegado hasta nuestros días trabajando
en la redacción de libros, y manteniendo actividades como la de
impartición de clases y la asidua asistencia a las sesiones de esta
Real Academia, constituyendo la jubilación una fase vital que para
él ha debido de ser «como el rizado borde de una ola que se apaga
lentamente sorbida por la arena de la playa» (3), según exponía
poéticamente en 1991, al mismo tiempo que daba gracias a Dios por
habérselo concedido (3).
¡Afortunado él, que además se ha visto rodeado siempre por el
cariño de una familia ejemplar!
Y, aglutinando a todos, sigue Doña María del Carmen, quien en
su entorno tiene numerosos descendientes, todos ellos muy unidos,
como me decía Anselmo, el esposo de Mari-Carmen, en Béjar. Mari-
Carmen, Eduardo, M.ª Rosario y Miguel Ángel, con sus cónyuges
respectivos (en equilibrio profesional entre farmacéuticos y econo-
mistas-juristas-empresarios), con sus hijos y los hijos de éstos (bis-
nietos de Don Ángel) forman este asombroso conjunto.
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