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VOL. 71 (4), 951-963, 2005 NECROLÓGICA DON SEGUNDO JIMÉNEZ GÓMEZ
Yo quiero en esta tarde, ya lo estoy haciendo, traerles mi historia
de la vida de Don Segundo para que quede constancia de su trabajo,
de los sentimientos que me inspiró, de su hombría de bien, de la
figura que yo me he forjado en 43 años de amistad compartida y sus
primeros 38 años que he podido conocer revolviendo sus papeles y
confesando a quienes estuvieron a su lado en ese período de España,
desde 1923 a 1960.
Segundo Jiménez es el arquetipo del químico universitario espa-
ñol de la segunda mitad del siglo XX que realizó los estudios de su
carrera al acabar la Guerra Civil. Buscó y halló su realización per-
sonal en su profesión a la que dedicó toda su atención y esfuerzo
para vivir económicamente con dignidad e intelectualmente con
honor, que es cualidad moral que conlleva el riguroso, exacto y
puntual cumplimiento de los deberes, tras de los cuales se alcanza
la buena reputación que sigue la virtud y al mérito por el trabajo que
transciende a la familia.
Nació en Madrid el 21 de diciembre de 1923, hijo de Don Maria-
no y Doña María de los Reyes, ambos maestros nacionales, castella-
nos recios, austeros que inculcaron a él y a sus hermanos José y
María Amalia el valor del trabajo y la perseverancia como garantía
para su formación.
Siguió la enseñanza primaria en el Colegio de los Salesianos de
Atocha, muy cerca de su casa en el Paseo de las Delicias. A los diez
años, como era normal, inició el bachillerato que acababa con aque-
lla prueba que al ser superada era garantía de formación cultural: el
«examen de estado».
El esfuerzo que debió realizar en aquellos años de bachillerato,
lo realizaron también los mayores de esta Casa, es digno de ser
exaltado. Entre los años 34 y 40 el ambiente social no era propicio
para el estudio, pero él continuó, mientras pudo, como alumno libre
en los Salesianos y luego en Cáceres y Salamanca hasta donde había
llegado la familia Jiménez Gómez tras un complicado recorrido. Pero
el final, de vuelta a Madrid, fue brillante y esperanzador porque en
los dos últimos cursos recaló en el instituto Cervantes —que junto al
de San Isidro, al del Cardenal Cisneros, y, poco después, al de Ra-
miro de Maeztu, eran los únicos institutos masculinos de Madrid—
y allí se encontró como catedrático de Física y Química a Don An-
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