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La Química Agrícola de Liebig: una forma
de integración de conocimientos
SEGUNDO JIMÉNEZ GÓMEZ
Académico de Número de la Real Academia de Farmacia
1. INTRODUCCIÓN
Cuando esta Real Academia me hizo el honroso encargo de participar
en la conmemoración del segundo centenario del fallecimiento de Lavoisier,
inicié mi intervención partiendo de la idea, oída hacía años a Vian y que él
mismo ya no recordaba, de que el flujo pulsante de los grandes progresos del
conocimiento, se explicaban al coincidir en el tiempo una élite de científicos
cuyas aportaciones se potenciaban recíprocamente.
En la Edad Moderna, los primeros indicios de tan fecundo fenómeno
aparecen en el siglo XVII y se ratifican en el XVIII, en el que las ideas de
Descartes orientan el pensamiento y la experimentación en las Ciencias
Naturales hacia la búsqueda de la evidencia, tras el análisis coherente de los
hechos reiteradamente repetidos de los que cabría deducir las regulaciones
cuantificadas de la Materia y, posteriormente, de la Naturaleza. El siglo XIX,
que ocupa la vida de Liebig, es el final de la llamada “época clásica” del
desarrollo científico y de la consolidación de la Química como Ciencia, en la
que la experimentación es el punto de referencia para descubrir correlaciones
lógicas y formular las leyes que las rigen.
Y todo ello tiene lugar desde la fuerza determinadas ideas que,
incluso, pueden después ser rechazadas tras de su minucioso análisis crítico.
Tal es el caso de la tan conocida piedra filosofal, sobre la que el propio
Liebig dice que “La imaginación más viva no es capaz de idear un
pensamiento que actúe más poderosamente sobre las facultades humanas que
la propia idea de la piedra filosofal. Sin ella la Química no habría alcanzado
su perfección actual.....” aunque “para llegar a saber que no existía fue