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MARÍA TERESA MIRAS PORTUGAL AN. R. ACAD. NAC. FARM.
ción los aspectos, a su juicio, más relevantes de su labor científica,
muchos de los cuales de modo más amplio habían sido previamente
publicados en el excepcional tratado titulado «TEXTURA DEL SISTE-
MA NERVIOSO DEL HOMBRE Y DE LOS VERTEBRADOS». La pri-
mera edición, costeada por el propio Cajal, se editó en cuadernillos
de modo muy modesto en 1904 y con una tirada muy corta. Cinco
años más tarde, en 1909, es la Editorial Maloine de París, siendo ya
Cajal Premio Nobel, la que editaría la segunda edición del tratado
«HISTOLOGIE DU SYSTÉME NERVEUX DE L’HOMME ET DES
VERTEBRÉS». Edición que ha servido de vehículo difusor de su tra-
bajo y que por miopía de las instituciones ministeriales de la época
los propios españoles tenían que consultar en francés hasta que en
1992 se hace una reedición del primer tratado en castellano y gracias
al esfuerzo y empeño de dos grandes neurocientíficos, los doctores
Carlos Belmonte, del Instituto de Neurociencias de Alicante, y Jaime
Merchán, coordinador de la edición. Esto trae a mi memoria que des-
pués de la concesión del Premio Nobel a Cajal se creó un edificio gran-
de y muy costoso para él y su grupo de investigación en el Recinto del
Jardín del Retiro de Madrid. Centro cuya ocupación y utilidad para la
investigación fue nula, pero no hubo dinero para editar sus obras.
Pienso, y la historia me da la razón, que los libros excepcionales per-
duran más que los edificios, recordemos a Homero con los libros clá-
sicos de la Iliada y la Odisea, que siguen vivos, mientras que de los
edificios de la época queda poca cosa en Troya.
Todos los biógrafos de Ramón y Cajal destacan su naturale-
za rebelde e inconformista, tanto fuera como dentro de las aulas, en
sus primeros años escolares, e incluso como él mismo comenta
en sus años de presencia en las aulas de la facultad de Medicina:
«Sólo dos cualidades había en mí anteriormente, quizá algo más de-
sarrolladas que en mis condiscípulos, cualidades que acaso hubieran
atraído la atención de los profesores, si mi nada envidiable reputación
de alumno perezoso y descuidado no me hubieran condenado de an-
temano a la indiferencia de todos. Eran éstas una petulante indepen-
dencia de juicio que me arrastró alguna vez hasta la discusión de las
opiniones científicas de un querido sabio y dignísimo maestro, con es-
cándalo bien justificado de mis condiscípulos, y un sentimiento pro-
fundo de nuestra decadencia científica...» (Prólogo de la segunda
edición de «Reglas y consejos sobre investigación científica»). Es
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